Recuerdo que, hace ya unos años, de regreso del Punto de Vista de Pamplona, al que suele asistir periódicamente, Pere Alberó me contestó sin apenas pensarlo a mí habitual pregunta sobre qué cineasta había descubierto: "¡Margaret Tait!”
Desde entonces, la artista, poeta y cineasta escocesa, previamente casi desconocida, ha pasado a colocarse en el Olimpo de un determinado cine a caballo entre el experimental, el familiar y el diario filmado.
No sé si las siete piezas que ayer seleccionó para una sesión de “Per amor a les Arts” la Filmoteca serán o no representativas del conjunto de su obra. Contenían, eso sí, un retrato de enorme belleza (“A portrait of Ga, 1952, que ya había visto), films familiares hechos con gusto y montados hábilmente, en los que insectos, mariposas y abejas parecen seguir, junto a la florida vegetación mecida por el viento, la danza sugerida por la música escocesa colocada en la banda sonora (“Happy bees”, 1954), recitados de poemas en combinación con filmaciones apropiadas (“The leaden echo and the golden echo”, 1955), piezas de éxtasis ante aspectos de la naturaleza de esas que embelesan a aficionados al cine experimental y hasta animaciones logradas pintando directamente en la película, llegando la elaboración de las piezas presentadas a 1998. En una perfecta graduación, en este caso descendente, me llevan a mi, personalmente, de la felicidad y el goce hasta cierto aburrimiento.
Lo que sí puedo y quiero decir es que las siete se pasaron sin más interrupción que el momento de oscuridad correspondiente al cambio del rollo o fichero. En ningún momento una interrupción forzada como la que se vanaglorió en su presentación de la sesión de haber hecho en la exposición sobre Klee (que ha comisariado en la Fundación Miró) Martina Millà.
En esa exposición de Klee estabas mirando una serie de cuadros del pintor y de repente te topabas con un cuadro de, por ejemplo, una pintora expresionista alemana, que te extrañaba y te hacía replantear qué hacía eso allí. Resulta que eran (ese y otros cuatro de notables artistas, pero no estoy hablando de eso), según declaraciones oídas y hasta escuchadas con asombro ayer, para “interrupir el discurso monotemático del pintor, dando de ese modo a conocer prácticas artísticas de mujeres que habían quedado en su mayor parte ocultas”. Estoy empezando a leer, en cortas cuñas de tiempo libres, el “dictionnaire de la betîse” de Brechtel y Carrière, y me parece que por aquí habrían encontrado un filón importante para su obra.
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