miércoles, 1 de diciembre de 2021

Las ramas del árbol


¿Puede un gran director de cine hacer una obra maestra al final de su carrera, cuando ya es casi un anciano, o eso está reservado a su primera obra o, en todo caso, a cuando alcanza su madurez física y mental?
No creo que se pueda dar una respuesta concluyente a esta pregunta y hay ejemplos de las tres posibilidades. En ocasiones la viveza de esa obra primeriza ya no la recuperan nunca más. La gran mayoría, sin embargo, va puliendo imperfecciones, llegando a un momento en que alcanzan su madurez en una determinada etapa de sus vidas, para luego ir decayendo paulatinamente. Pero también hay unos cuantos grandes directores que asombran con obras maestras, prodigio de depuración, realizadas al final de sus vidas.
Toda esta enorme parrafada viene a cuento para decir que fui anoche a la Filmoteca a ver la penúltima película que rodó Satyajit Ray, “Las ramas del árbol” (1990), y bajando hacia ahí iba preguntándome, precisamente, si podría darse el milagro de encontrarme con las sensaciones que me provoca, por ejemplo, su inicial Trilogía de Apu.
Al poco tiempo de proyección estaba desesperado, porque su parte inicial me parecía espantosa. Sólo un sonido exterior a una ventana de la sala de la casa en la que sucedía la acción -el sonido de un tren en off- me evocó a esas primeras. maravillas, que tienen el tren como un leitmotiv siempre presente. Quizás estuvo así pensado…
Así las cosas, ya me había puesto una hora límite para abandonar mi butaca y regresar a casa para no perder más de mi tiempo, pero poco a poco alguna de esas escenas entre los diferentes miembros de la familia que han ido a ver a su padre, que ha tenido un ataque al corazón, me fue interesando, y me quedé hasta el final.
No seré yo quien diga que Ray aguantó hasta el final haciendo películas impresionantes, porque no lo veo así, pero sí que es verdad que, una vez has acudido a ver esta película, ese encuentro familiar, los mil combates dialécticos entre los hermanos, ofrecen una obra como de tesis, muy al estilo nordeuropeo, que diría que se deja ver.
Claro que el niño lleva unos pantaloncitos, calcetines y peinado que tiran para atrás, compensado eso con que su desdentado y desquiciado bisabuelo me resultó casi idéntico al último Leopoldo María Panero.



 

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