domingo, 26 de diciembre de 2021

L’enfer




Fotos como ésta de Romy Schneider y alguna escena rodada en un embalse que, siendo un paraje de aprovechamiento veraniego, se convierte en una encerrona llena de dramatismo, es lo que queda del proyecto final de Clouzot, “L’enfer” (1964), una película y un rodaje -como demostró un interesante documental sobre el mismo- en el que se asentó la fatalidad.
Treinta años después, Chabrol partió del argumento de Clouzot para hacer su propio “L’enfer” (ahora en Mubi y Filmin).
Como casi siempre en sus películas, su inicio, con los títulos de crédito, nos sitúa perfectamente en su escenario: una cámara fijada en diversos emplazamientos registra, acompañada de la penetrante música de Mathieu Chabrol, imágenes que dan idea de un tiempo de vacaciones, rematando el efecto por un movimiento de grúa que llega a encuadrar la entrada de un hotel, con la llegada de dos jovencitas en bicicleta. Ese hotel-restaurante familiar de vacaciones (un elemento que parece convencer a Chabrol para sus ficciones) junto a un lago, será el escenario principal de la trama.
Poco después tienen lugar dos elipsis bestiales, magníficas. La primera lleva del flirteo del dueño del hotel (François Cluzet) con una de las chicas (Emmanuelle Béart) a su boda. Minutos después de ésta, el siguiente nos lleva al hijo de la pareja: Chabrol quiere entrar rápido en materia, que no es otra que el infierno de los celos, como el que atacaba de forma profunda al personaje principal de “Él” (Luis Buñuel, 1953). En esa obsesión iremos entrando como un sacacorchos, girando una y otra vez, no sé si perdiendo un poco el avance con tanto giro sobre sí mismo.
No es únicamente familiar el hotel-restaurante. Se suele comentar que los últimos rodajes de Chabrol tenían lugar en un ambiente de lo más agradable. Siempre con una troupe parecida, aquello, explican unos y otros, tomaba un aire familiar. Pero es que además basta con ver los títulos de crédito para detectar que muchos miembros de la familia del director formaban parte de la comparsa. En la música -como en la de casi todos sus últimos films- está su hijo Mathieu; el hermanastro de éste, Thomas, hace de actor; la última mujer del realizador, Aurore, de script… Y todo eso sin contar con la participación amical de gente como el cahierista Noël Simsolo entre el plantel actoral.
La película contiene alguna que otra burla muy chabroliana, como la lanzada contra el puritanismo de ciertos cineastas mediante la presentación de uno amateur completamente frikie que rueda con cámara de 16 mm y cuando le preguntan si no se pasa al vídeo responde que nunca, que como el cine no hay nada.
Está rodado en el Lac de Saint-Férreol y en su vecina Castelnaudary. Viendo alguna escena rodada por su iglesia y por su mercado semanal dan ganas de dar a esta población una segunda oportunidad, después de una lejana estancia nocturna que no nos dejó ningún buen recuerdo.



 

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