No ha habido forma de encontrar una imagen potable, no marcada, que muestre a los cinco protagonistas juntos.
Viendo la escena inicial de “La flor del mal” (2003), que sirve para presentar los títulos de crédito y dejar a los espectadores intrigados sobre un hecho luctuoso, constato lo bien que suelen estar en las películas de Claude Chabrol. Utiliza para ellos casi siempre con una cámara en lento pero continuo movimiento que nos va descubriendo paulatinamente cosas que, de circunstánciales, pasan a ser de impacto.
La casi habitual máxima del principio de sus películas se sustituye aquí por la canción de Damia “Un souvenir”, precisamente aquella que se oía sonar en “La maman et la putain”, de Jean Eustache.
Película basada en algo que tanto gusta a Chabrol como las simetrías, “La flor del mal” tiene un protagonismo -y en buena parte punto de vista- de grupo: va saltando de uno a otro miembro de la familia.
Finaliza con otra de esas frases para quedarse reflexionando, lanzada en esta ocasión por uno de sus personajes, que dice que el tiempo no existe, que es un presente perpetuo.
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