La bête actuando. Y en una comida, machacando a los comensales. Hasta esta escena Chabrol ha fomentado el suspense, negando la visión del personaje, mecanismo que llega a su cima un momento antes de esta secuencia.
Si se admite “Que la bête meure” (“Accidente sin huella”, Claude Chabrol, 1969) como cine negro, por cuanto contiene crímenes, una investigación (aunque sea no profesional) y hasta policías (uno de ellos nada menos que Maurice Pialat), estoy dispuesto a considerarme admirador del Polar francés, yo que no soy nada seguidor de géneros.
Unas escenas paralelas iniciales sin diálogos, con el único pero potente poder de las imágenes y de otro tipo de banda sonora llevan a la fatalidad.
Unas notas escritas en un diario y una voz en off trazan la estructura posterior del film, que pese a ello se demuestra más rico que lo que un primer momento podría dar a entender.
Y, tratándose de un Chabrol (con Paul Gégauff en el guión -a pesar de que no se aprecian desmesuras grotescas- y André Génovés en la producción), aparecen algún actor típico suyo en papeles secundarios (el primer policía), secuencias magistrales de comidas, un Jean Yanne en el papel de un verdadero monstruo, justificando el título original, una madre genial y localizaciones en Bretaña, región por la época objeto de hasta lo más cercano a un documental hecho nunca por Chabrol…
Un Polar firmado por Chabrol, pues, con gran probabilidad sí.
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