No es la Milán a la que van a parar Rocco y sus hermanos el escenario de “I compagni” (“Los camaradas”, Mario Monicelli, 1963), sino la también industriosa Turín de final del siglo XIX.
Era más que evidente que la película no pudo estrenarse en su día en España. Creo incluso que no se llegó a estrenar nunca, llegándonos al final, casi acabado el siglo pasado, en formato vídeo. La razón es que se trata de una clarísima explicación, casi una clase magistral de historia, de cómo empezaron las huelgas y qué elementos de todo tipo intervenían en ellas.
Pero esa explicación no está hecha con proclamas lanzadas al viento, mostrando heroicidades sin freno y victorias imparables de la clase obrera, como desgraciadamente (por lo tergiversador) suele hacerse a menudo, sino todo lo contrario: los miedos, las contradicciones, las humanas bajezas de todos. Pero además utilizando un arma invencible, que conquista callada pero radicalmente: el humor, el humor inteligente.
Un cartón pintado con la Piazza de San Carlo y sus dos iglesias gemelas sostiene el título del film. Turín, decíamos. Luego llegaremos a ver la ciudad burguesa de los soportales y hermosos cafés, pero por ahora es sólo una ciudad donde se han concentrado fábricas y población obrera, en unas condiciones de vida de lo más precario, como explica la primera escena. No son los trabajos y preocupaciones de la criadita de “Umberto D” a primera hora de la mañana, sino el despertar de toda una familia obrera lo que vemos. Un chico se prepara para ir a trabajar, intenta lavarse un poco pero se encuentra con que el agua de la jofaina está helada. Despierta a su hermano y atraviesa el comedor/dormitorio, donde del techo cuelga cantidad de ropa tendida, buscando su casi imposible secado.
El chico se dirige, como tantos niños de la época, a trabajar en una fábrica -en este caso una fábrica textil- que vemos en varias secuencias en plena actividad. Catorce horas de trabajo, sueño acumulado, accidentes. Un accidente es la chispa que lleva a la protesta.
La protesta se va organizando a trompicones, con fracasos estrepitosos, todo el mundo queriendo pero sin saber cómo hacer. Las mismas dudas de los diferentes personajes, muy bien caracterizados, son los que hacen divertida a más no poder la acción, quitándole aparentemente la gravedad que parecería debería tener.
La cámara llega a seguir a un inmigrante, al que sin tapujos llaman “el negro” (aunque no lo es) y con él se montan una serie de gags mudos. Pero éste es solo uno de los personajes de un film totalmente colectivo, en la mayoría de escenas del cual hay varios, sí no muchos, personajes en el plano. Incluso cuando aparece el personaje encarnado por Marcello Mastroianni (un profesor siempre hambriento porque no tiene ni un hueso que roer), que hace de agitador social, momento en que uno pensaría que se abandonaría, sigue el carácter colectivo de la película, con sus múltiples personajes e historias.
Cuando más triste se pone la cosa, Monicelli o sus guionistas colocan un gag, que provoca inequívocamente la carcajada del espectador atento.
Y está muy bien ver que, cuando el film da un salto de orbita momentáneo para mostrar el ambiente y la repercusión de los acontecimientos en casa de la familia del propietario de la fábrica, la escena se inicia también con un gag visual. El humor también se expande por ahí. Mano de santo…
Buscaba la película por YouTube y no encontraba ninguna copia subtitulada en español, por lo que al final me he conformado con una subtitulada en portugués aunque, a decir verdad, y pese a que priman los dialectos, apenas si leía los subtítulos, que más bien lían, porque se entiende todo bastante bien. Al acabar vi, después de tanto esfuerzo, que -otro gag- había una copia en VOSE en Filmin a disposición…
Poco le faltará si no es lo que me ha parecido mejor de todo el cine que he visto este año que hoy se acaba.
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