viernes, 2 de abril de 2021

Los tomates escuchan a Wagner

La mitad de los 33 habitantes del pueblo trabajan en la empresa tomatera, en casi todo el proceso: Investigación y Desarrollo, cosecha, producción, envasado y distribución. Falta la venta.

Todo a mano.

Es griega como las de Angelopoulos, pero aquí acaban las similitudes. “Los tomates escuchan a Wagner” (Marianna Economou, 2019; en Filmin) es una película simpática, extremadamente sencilla, que está claro que llega tras el paso de la apisonadora que planchó Grecia desde el principio de la crisis económica.
Su sencillez no quita para que soplen por ella en algún que otro momento aires filosóficos y los resultados de profundas reflexiones sobre que se puede hacer aquí y ahora (y aquí es un sitio perdido, sin casi habitantes ni esperanza de desarrollo, por el sur de Europa) para sobrevivir en un mundo dirigido por mecanismos desconocidos y lejanos.
Esa pequeña tropa que hace su cosecha y producción artesanal de conservas de tomate investiga cómo hacer para colocar sus productos en un mercado en el que todo resulta mucho más barato que lo que pueden ellos ofrecer para no perder dinero.


El gerente señala los sitios a los que envían la producción.

Poco antes de llegar a esta imagen está la única secuencia que guarda un parentesco real con el cine de Angelopoulos. Como si fueran la troupe de “El viaje de los comediantes” los protagonistas se desplazan, errantes, por la carretera entre campos de tomate.

 

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