Viendo en “Amor 65” (Bo Widerberg, 1965), esa primera salida fuera del trabajo y la ciudad, con su contrastada fotografía en blanco y negro, su forma de mover la cámara y de elaborar los encuadres, de utilizar su sonido y su música (una cadenciosa y preciosa pieza de piano de Bill Evans, “Peace piece”), uno detecta que estamos ante un cineasta que busca con ahínco lo sensorial. Y esa será en sus películas posteriores, hasta posiblemente pasarse y todo, su marca más evidente.
El vacío, la insatisfacción que provoca esa sociedad del bienestar que tuvo en Suecia en los años 60 su mejor modelo y que ahora empezamos a añorar de verdad, está en el origen de esta película de título tan genérico que parece querer sentar toda una categoría.
La insatisfacción, como pasará poco después en “El compromiso” (Elia Kazan, 1969), lleva al protagonista, un director de cine dándole vueltas a su creación, al adulterio.
Esa fase pasa como suelen pasar en general los “affaires”. Entra entonces la película, clasificable como de cine dentro del cine, en un conjunto de citas. El director habla de Godard y Antonioni, y de la imposibilidad de la continuidad lineal anterior en la que se empeñaban los films en un mundo que en que esa continuidad ya no existe. Para dejar más claro el homenaje a Godard, Widerberg filma una conversación de pareja con su cámara girando hacia uno y otra para seguir el diálogo.
Para indicar otro modelo, esta vez en el plano de los sentimientos de los personajes, aparece el actor protagonista de “Shadows” (John Cassavetes, 1959) haciendo de sí mismo, pero es que todos los personajes llevan el nombre del actor que los encarna y hasta el principal, aunque no es él, se parece sospechosamente, con sus gafas, a Bo Widerberg.
Por lo demás, en esta película que es de las que más me han interesado de esta segunda ola de cine sueco contratado por Netflix, mucha cometa dejándose llevar por el aire del momento.
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