Peter Cowie, en su libro sobre el cine sueco, clasifica a Gustaf Molander como un “maestro menor”, pero señalando, eso sí, que se trata de “la única figura principal que ha trabajado en casi todas las fases del desarrollo del cine sueco”. ¡Hasta llegaron alguna de sus películas -como “Intermezzo”- por aquí, con bastante éxito!
Su comedia de 1933 que vi anoche en Netflix, “Dear relatives”, tiene un arranque entre esquiadores por la nieve y en un refugio de montaña que ya quisieran muchas comedias norteamericanas, para caer luego en un cierto empantanamiento algo claustrofóbico tanto por predominar los interiores como por tanta situación descreídamente sofisticada enclaustrada en su formato cuadrado, bromas y risas dispensada sin cese.
Aquí la trama gira alrededor de un adinerado hombre de negocios y sus tres hijas, empeñadas las casadas en escoger marido a la soltera, seleccionando una a un conde y otra a un amante sin posibles, y alrededor de los avatares de fortuna de la hija mediana, casada con un barón absolutamente viva la virgen.
Con sus dos o tres canciones, sus planos de contracampo elaborados bastante burdamente, quizás falte, para valorar todas estas películas de la época y ésta en particular, conocer un poco el star system que imperaba en Suecia por entonces, siempre con un cierto respeto, sabiendo como sabemos que de ahí salieron divas como Greta Garbo o Ingrid Bergman.
Con ese conocimiento ausente, en ocasiones cuesta admitir un argumento que, de tan despreocupado por la cuestión de la lucha de clases, resulta hasta surrealista.
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