Los críos del lugar reciben entusiasmados el nuevo espectáculo.
Choque de culturas. En la ventana del tren un jocoso Iosseliani guiña un ojo. Él es también de los que vienen de la ciudad.
Se sale de “Pastorali” (Otar Iosseliani, 1975; ciclo en la Filmoteca) como después de haber recibido uno de esos chaparrones que caen en la película y es de suponer en Georgia.
No puede decirse que sea una obra estática, de ambiente, porque es en realidad cíclica (acaba donde empezó) y todo el rato está sucediendo de todo -en imagen y en banda sonora- sin parar, de forma acelerada. Pero supongo que Iosseliani la facturó como retrato cariñoso, pero a pólvora, de su país. Éste fue su último largometraje producido por la entonces Unión Soviética, y el siguiente ya sería de bandera francesa.
El país presentado es tanto el de los estudiantes de música de la ciudad como los del perdido lugar campestre a donde acuden para ensayar con una tranquilidad que creen encontrarán en el campo y decididamente no encuentran.
Allí subsiste la economía agrícola y ganadera primitiva del lugar, pero escondida de unas autoridades que aún ya forzando el trabajo agrario colectivo, saben perfectamente la economía subterránea que todos practican,y se aprovechan también de lo lindo de ello.
El trabajo en el Koljós.
Conflictos entre vecinos. Esta señora se enfurece viendo que están haciendo una ventana desde donde verán todos sus movimientos.
La adolescente que descubre, admirada, que existe otra forma de vida.
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