miércoles, 3 de abril de 2024

Hojas que caen

Su vecino, que dice haber sacado brillantes notas en sus estudios, pasa a trabajar en el laboratorio. Él, que confiesa un simple aprobado, a las bodegas

Celebrando en casa de uno de sus subordinados, sorprendidos por su camaradería.

La chica con la que todos intentan ligar.

Después de tantos años rogando por ella, la retrospectiva de Otar Iosseliani ya empieza en la Filmoteca. Con el tiempo se han podido ir viendo bastantes de sus películas por aquí y por allá y, por poco (murió hace unos meses), se ha borrado de cuajo la posibilidad de oírlo y verlo en directo, pero en cualquier caso éste es, sin duda, uno de los grandes ciclos del año.
Lo de anoche fue un programa doble. Como el largometraje -“Hojas que caen”, 1966- empezó con unas escenas rurales de un banquete a base de vino, por un momento creí que asistía a un documental que completaría, junto al corto inicial -“Tudzhi”, 1964, rodado en unos altos hornos- un programa de documentales que informaban de una sociedad que seguía, en los años 60, muy cercana al siglo XIX.
Pero “Hojas que caen” es una ficción, con el estilo inconfundible del primer Iosseliani y, si bien lo que se ve tiende lazos con la forma de vida tradicional, está asociado totalmente, además de su autor, a las circunstancias del momento y a un preciso lugar (totalmente urbano).
Igual que en “Tudzhi” se ve a las claras que Iosseliani no está interesado en reflejar las penosas condiciones de trabajo de los obreros de la siderurgia y menos de glorificar su abnegado trabajo, y a la que puede los retrata en un descanso, intentando vivir la vida que ese penoso trabajo les niega, en “Hojas que caen” muestra el choque entre la espontaneidad e inocencia de un chaval (que se nos hace inevitablemente simpático) que vive en una casa con sus hermanas pequeñas y madre y se pone a trabajar de técnico en unas bodegas, al tiempo que intenta infructuosamente cortejar a una chica, pero todo ello envuelto en una anquilosada, sin escapatoria, sociedad soviética como la georgiana.
Para que no queden dudas, durante el ocio familiar casero suena la radio,que vomita sin parar rollos absolutos sobre productividades y proezas alcanzadas.
Se comenta que Iosseliani se había dejado llevar, en sus últimos años, tras su exilio a Francia, por el alcohol, y viendo la película te dices que, vista la alegría con la que retrata las cogorzas de los trabajadores, que la ven como única escapatoria, la cosa, o al menos la querencia, debe venir de antiguo.
He apuntado una frase que le dicen al chico cuando duda en hacer la vista gorda sobre una producción vinícola que no reúne las condiciones y le quieren hacer pasar como buena:
“No es un momento para tener principios”
La frase, creo, resume perfectamente todo un real estado de cosas, más allá de la verborrea oficial que intentaba dominarlo todo.

Él recoge una hoja caída por el suelo.

Diferencias con su vecino sobre cómo actuar respecto al vino del tonel 49 y sobre muchas cosas más.
 

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