sábado, 20 de abril de 2024

Brigants. Chapitre VII


El proteccionista, aficionado -se ve que como Iosseliani- a la bebida., lo que puede hacer que se equivoque de bobinas…

Por el medio de la calle de la ciudad circulan tanquetas o disparan obuses piezas de artillería.

Los tres vagabundos.

La escena del conflicto georgiano ofrece un destacado aspecto de cosa real.

Quizás no esté tan mal, como respuesta, el desconcierto que causa “Brigants. VII” (Otar Iosseliani, 1996; ayer en la Filmoteca), y sea esa una de las sensaciones buscadas.
Repitiendo la escena inicial al final (una de esas matanzas por un adolescente, como rechazo moralizante de lo que ve en su propia casa: un strip póker muy regado con alcohol), la siguiente escena nos sitúa, por sus tipos, en ambiente claramente georgiano y podría posibilitar que viéramos toda la trama como producto de una película que se muestra en una sala de proyección.
Sea eso así o no, el caso es que iremos viendo -como ensoñación de los personajes del mundo actual o no- escenas de la Edad Media (con cruentas batallas y un noble burlado por su mujer cuando le instala un cinturón de castidad) y de una supuesta época actual en Georgia, con la gente habituada a convivir con combates en las mismas calles de la ciudad. Pero, cuando ya apenas nos sorprende la alternancia entre esas dos épocas, pasamos a ver también la de la deriva pesadillesca del comunismo staliniano, con purgas internas incluidas.
Las acciones de las tres épocas, además, están interpretadas por los mismos actores, aunque a duras penas puede decirse que interpreten a perfiles de carácter similar.
Posiblemente sea en el reflejo de la época stalinista donde Iosseliani es más crítico, donde deja correr la más sórdida farsa. Basta ver las escenas del pionero adiestrado por su padre en las artes de la tortura, que a su vez espía y denuncia las actividades de sus propios padres, contento de servir así al partido.
Todo ese batiburrillo de escenas va sucediéndose rápidamente, a ritmo se diría que de comedia, como apuntaría la música de la cinta, y mostrándonos personas que parecen saber bien los trabajos que desempeñan.
En una especie de epílogo, la acción se sitúa en París, por la rue Mouffetard y alrededores. Los brutales disparates, lejos de concentrarse en Georgia, se extienden.
De hecho, la película podría seguir todo el tiempo que quisiera, mostrando esas barbaridades por más épocas y lugares. No acabar nunca, como esa esperpéntica realidad a la que ya damos por normal y que viene a reflejar.
¡Ah! Ese animal que aparece inesperadamente en unas cuantas de las últimas películas de Iosseliani, el pavo real, lo podemos ver también aquí, aunque quizás tenga más papel una cacatúa.

La más sórdida farsa se desencadena con las historias de la época stalinista.

Los preparadores del instrumental de tortura en una pausa.

El pionero denunciando a sus padres ante su tutor.

El strip póker.

Los vagabundos en el Paris actual.


 

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