Los tres amigos, tras la proyección privada inicial del de la izquierda.
Ellos tres en un flashback
“Chantrapas” (2010; ayer en la Filmoteca, donde se volverá a pasar el próximo jueves 2 de mayo) es una de las películas de la última época de Otar Iosseliani cuya acción tiene lugar en Georgia -aquí una Georgia urbana-, para luego continuar en Francia, como pasó con la misma carrera y vida del cineasta.
Dos chicos y una chica se proyectan en una sala la película que ha hecho uno de ellos, en la que un campo lleno de flores (con colores de lo que podría ser una película de Paradjanov) es arrasado y se construye una pista de cemento encima. La chica, que ve el mensaje de que todo lo bello es arrasado por el progreso, le dice que no enseñe la película, que le puede traer problemas. Después de esto, los tres se dan una palmada dos a dos, como si fueran jugadores de la NBA, y se van cada uno por su lado.
Esta es la escena inicial, antes de aparecer su título, de la película. A continuación aparecen tres niños y para que los espectadores entendamos que entramos en un flashback, vemos como los tres niños se dan esa misma palmada que hemos presenciado antes. No había visto a Iosseliani nunca con tantas ganas de ser comprendido.
Los niños van creciendo siempre unidos y, cuando ya son mayorcitos, circulan por una carretera en bicicleta. Hace su presencia un coche grande, negro, y su conductor ofrece llevar a la chica en él. Acabamos de presenciar la captación para el Partido Comunista de la chica, y entendemos entonces por qué ella, en la escena inicial, toma una postura censora.
A continuación vamos viendo la evolución como cineasta del protagonista, siempre viendo su relación con su familia (tres generaciones viven en la misma casa), en el barrio (¡ese decrépito barrio de la tercera edad!) y en el ambiente del trabajo, de sus rodajes y montajes, donde los choques con los funcionarios es constante.
Harto de las cortapisas oficiales para con sus películas, el chico se va a París. En una imagen bastante chocante, lo vemos subir al tren equipado con un pequeño maletín como de médico, una jaula con pájaros y un violoncelo en su estuche. Los pájaros no son mirlos, sino palomas, pero aún así yo he interpretado esa jaula de pájaros y ese estuche de violoncelo como dos elementos que aluden al mismo Iosseliani, que emprendió ese mismo viaje. Serían, en mi (más que dudosa) teoría, evocaciones de sus más famosos largometrajes iniciales, “Erase una vez un mirlo cantor” y “Pastorali”.
La evolución de los acontecimientos en París nos dicen que las dificultades para mantenerse independiente haciendo cine, las inferencias para cambiar sus películas, son las mismas en su Georgia natal que en el mundo occidental. Y, en las dos y en cualquier caso, el público siempre adverso, reticente a ver sus películas.
Para que podamos confirmar la relación del cine de Iosseliani con el de Jacques Tati, por el final aparece nada menos que Pierre Étaix haciendo de uno de los personajes, como aparecen igualmente cineastas/críticos de cine franceses.
Película de las más claras de Iosseliani, cuando ya creía que la íbamos a terminar sin que ningún hecho fantástico la cruzara, aparece de repente… una sirena. Y también, como tenía por costumbre, aparece el propio Otar Iosseliani, encarnando a un georgiano que dejó su país huyendo del comunismo. Invariablemente, cada vez que veo su rostro, no puedo evitarlo, recuerdo al peluquero de mi barrio de crío y de joven, el que me cortó el cabello desde que tenía un año hasta que ya había superado los treinta.
Con esta sesión ya acabo mi ciclo Iosseliani en la Filmoteca, porque la que queda la vi hace poco y la tengo bastante presente. Me sorprendo, una vez más, que las salas donde se proyecta no revienten de asistencia, como compruebo que sus películas, que yo casi siempre valoro enormemente, son ninguneadas o rechazadas por los espectadores. Aunque sólo fuera, al margen de la inteligencia y motivos de diversión que aprecio en ellas, porque, en una época en la que ya te imaginas lo que va a pasar en casi todas las películas que vas a ver, en Iosseliani nunca es previsible lo que pasará a continuación, lo que te hace ir, como espectador, de sorpresa e sorpresa. Un placer bien raro hoy en día.
Rodando una película en Georgia
Los hombres de negro del partido siempre incidiendo en su trabajo.
Obsequio para el funcionario del partido decisor.
Él, con su equipaje para ir al exilio.
Pierre Étaix, nexo con el Jacques Tati con el que se asemeja tantas veces su cine.
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