Una anécdota, relato de una coincidencia extraordinaria, que se explica en “Agua y azucar: Carlo di Palma, los colores de la vida” (Fariborz Kamkari, 2016; en Filmin).
Antes de ser el famoso director de fotografía, Carlo di Palma había pasado por todos los puestos de aprendizaje (foquista, ayudante de cámara,…) que existían en la profesión, siempre trabajando para los más grandes directores de cine. De hecho, su primer empleo en este sector fue gracias a una sustitución, cuando tenía 17 años, en el “Ossessione” (1943) de Luchino Visconti, de quien en el documental confiesa haber aprendido tantas cosas…
En “Roma, città aperta” (Roberto Rossellini, 1945), De
Palma participó en el equipo, pero sólo con trabajos que en el documental llaman “de servicio”. Por aquel entonces, comenta en el film Caterina d’Amico, productora e hija de Suso Cecchi D’Amico, el joven Carlo di Palma iba mucho a Cinecittà, donde se concentraban las tropas que filmaban la ocupación aliada. Allí se hizo amigo de un chico que le iba dando restos de celuloide de sus encargos. Fue de esa manera que “Roma, ciudad abierta” se fue rodando con esos restos, en principio destinados a los rodajes de las tropas aliadas.
Pero lo más interesante no lo supieron los dos protagonistas hasta años más tarde. El que fue dando esos trozos a Carlo di Palma había sido nada menos que Sven Nykvist, ambos desconocedores de lo que ahora podemos ver como un paso de testigo entre dos de los que fueron más grandes directores de fotografía de la historia del cine.
Por esa anécdota, y por muchas intervenciones de grandes realizadores que en 2016 estaban aún vivos y aceptaron hablar a la viuda de De Parma de ese vigoroso cine de postguerra y hasta la modernidad (¡Antonioni!) italiano, así como por las explicaciones del mismo Di Palma, vale la pena, en mi opinión, ver el documental.
Con su querida Mònica Vitti, que protagonizó sus tres largometrajes como director.
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