La alegre muchachada de Haré Krishna, con sus bailes y cánticos, ocupando uno de los “gazon”
Notario y mayordomo acuden a la clase de canto del “maestro” de Haré Krishna con una de sus alumnas.
Las dos hermanas del chateau, desayunando con una que arrambla con antigüedades y la criada.
El vecino notario encuentra pescando aúna delas hermanas.
Si mi decepción fue grande con “Et la lumière fut” (1989), hasta llegar a preguntarme, viendo el cuento elaborado, qué había ido a hacer tan lejos, el siguiente largometraje de Otar Iosseliani, “La chasse aux papillons” (1992; ayer en la Filmoteca, donde volverá a pasarse el próximo miércoles 17) vuelve a alcanzar, para mí, las más altas cotas de su filmografía.
Se abre con una divertida sorpresa, cual es descubrir bajo el personaje contumaz bebedor al cura del pueblo, además componente de la banda de viento local.
A la mañana siguiente, ellas van a misa, mientras ellos sacan a sus caballos y vemos toda una organizada comunidad rural francesa de libro, con su mercado semanal y todo, viviendo junto a un chateau regentado por dos ancianas hermanas (que utilizan una armadura como perchero), del que van desapareciendo cubertería y mobiliario de forma acelerada.
El panorama que se nos presenta de ese noble caserón que en algún tiempo fue, hace deducir que está en franco expolio. Una de las hermanas acoge en sus jardines a una alegre muchachada del Haré Krishna, que “se tragan todo lo que les da de comer”. El vecino notario organiza continuas ventas de antigüedades y un supuesto Marahá parece que va a esquilmar todas las joyas.
La conclusión es clara: todo está en auténtica descomposición, aunque posiblemente podemos extrapolar el resultado: las noticias de la radio no hacen más que hablar de atentados por todos lados y de países que apenas pueden vencer la temible inflación que sufren.
No parece afectar este estado de cosas únicamente al mundo occidental. Un recuerdo de la propietaria nos lleva al fantasma de un antiguo novio, militar zarista, muerto en duelo, que tiene la divertida fisonomía del propio Iosseliani. Y una pequeña visita al piso colectivizadlo de una rama familiar que no salió de Moscú nos ofrece así mismo una mirada nada halagüeña sobre la alternativa.
Iosseliani puro y excepcional, la pantalla es siempre un hormiguero burbujeante, cada uno funcionando a su aire, ofreciendo un conjunto que es, ciertamente, un organismo vivo, pero imprevisible. Salvo, claro está, la constatación de encontrarnos en un momento de expolio total.
Iosseliani, en fantasma militar zarista.
Y, para completar, más fantasmas del chateau
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