La fiesta, los petardos, vistos desde el balcón.
El brutal disparo a la cabeza de la imagen.
Hay películas que, no sabes muy bien por qué razones, permanecen olvidadas en oscuros anaqueles, sin que las vea nadie, pese a que debieran ser mencionadas como hitos singulares.
La Setmana del Cineclubisme dedica últimamente una sesión de las suyas en la Filmoteca a una película escogida por otra Federación de Cineclubs, no la propia catalana, y ayer tuvimos la suerte de que estuviera programada por la Federazione Italiana Circole di Cinema y que ésta, por boca de Roberto Lazzerini, escogiera para ser proyectada una rarísima avis, “Fuoco!” (Gian Vittorio Baldi, 1968). Una vez vista, está claro que “Fuoco!” es uno de esos hitos singulares.
Una fiesta popular en un pueblo de esos situados en una loma, como los que acabo de visitar del centro de Italia. La cámara toma desde un balcón que da a la Piazza Comunale un pasacalle, a la banda municipal desfilando tocando hasta la iglesia, niños corriendo de aquí para allá, y el estallido de unos petardos. De la iglesia parte entonces una imagen de la Virgen en un modestísimo paso y, de repente, ésta recibe un balazo en plena cara. La posición de la cámara salta entonces bruscamente, bajando a la calle, donde, nerviosa, registra una serie de disparos y gente huyendo corriendo, espantada.
Si el balazo en la cara de la imagen religiosa tiene algo de brutal, más brutal aún es lo que sigue: presenciamos el encierro en su casa, con su familia, de un hombre armado con un enorme arsenal, que no se sabe por qué motivo -¿será porque no puede orinar? ¿Será por haber descubierto el fruto de la infertilidad de su mujer?- parece haber perdido la razón.
Rodada en 16mm luego hinchados a 35mm para su distribución, en blanco y negro, cuenta con una cámara ligera, muy nerviosa, y es una película que juega tanto con su banda sonora como con sus imágenes.
Ha estado muy bien en su presentación (vía vídeo efectuado desde un cine y oficinas instalados en una antigua iglesia de Spoleto) Roberto Lazzerini. Presentando primero a Gian María Baldi como un productor de alto nivel (films de Straub, Pasolini, Bresson,…) que tiene una filmografía muy interesante, pero que dispuso de una distribución muy desgraciada, convirtiéndolo de ese modo en un realizador prácticamente desconocido, y luego nombrando al primer Rossellini y a Zavattini -pero sin nada de su sentimentalismo- como referentes de la película vista.
Y, por último, muy certero describiendo la misma película y, sobre todo, a esa cámara tan dinámica: un ojo que permite ver todo lo que pasa en ese dramático momento, pero que no se identifica con el de ningún personaje, sino que se convierte por méritos propios en otro protagonista.
Pablo Sancho (Federació Catalana de Cineclubs) presentando la sesión y dando paso a la introducción de Roberto Lazzerini.
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