lunes, 23 de octubre de 2023

Freightened. El precio real del transporte marítimo


Hace poco, con motivo de asistir a una jornada de movilidad en la Barcelona Metropolitana, me indignaba pensando en los embolados y correspondientes inversiones en los que nos estamos metiendo, abandonando todo un sistema de distribución vía tienda, para evitar los problemas derivados de unas nuevas formas de entrega a domicilio, que han enriquecido a unos pocos gracias a no asumir y haber traspasado buena parte de los costos generados al resto de la sociedad.
Algo parecido ha pasado, dice el documental que acabo de ver (“Freightened, el precio real del transporte marítimo”, Denis Delestrac, 2016; en Filmin), con el cambio global de los procesos de fabricación, casi desapareciendo las sociedades que elaboraban su producto de principio a fin, para distribuir por todo el mundo la transformación de sus componentes, y deslocalizando su ensamblaje a los países que pagan menos a sus trabajadores y atienden menos a respetos ambientales. Todo eso, comenta, fue posible por el extraordinario abaratamiento de los transportes por el uso del contenedor y la colocación de éstos en barcos cada vez más grandes, hasta ser actualmente auténticos gigantes.
Hay cosas bien interesantes en la película (que iba a poner -despectivamente- que se trata del típico documental actual norteamericano, pero he visto que lo ha hecho una empresa de por aquí), como el análisis desmenuzado del tema de los pabellones de conveniencia (que hacen que la mayoría de los barcos sean de Liberia o Panamá… o incluso países que no tienen mar, como Mongolia y Bolivia), las razones por las que el 40% de los marineros actuales son filipinos y las condiciones de su trabajo, el detalle pormenorizado sobre contenedores caídos al mar o naufragios, con sus causas y lo que ocasionan, y, finalmente explicación de la contaminación de todo orden generada.
Aunque se trata de una película que quiere dar a conocer unos hechos que generalmente se desconocen en su total magnitud, pues permanecen bastante ocultos para el grueso de la sociedad, no la veo como la típica “película de denuncia”, e incluso incluye alguna secuencia sobre ciertas tendencias para la mejora de la flota, pero lo cierto es que uno queda bastante apabullado por las magnitudes y complejidades de todo lo que los negocios que mueven al mundo han creado y, consecuentemente, las dificultades para corregirlo. Se necesitaría, por de pronto, un gobierno mundial, lo que creo que, dados los palos que nos damos con los vecinos o incluso con los que creemos diferentes de nuestro territorio, no parece en absoluto factible.
Hay otra cosa que me azuza cuando me acerco a estos temas, y es un cierto complejo de culpa alícuota. Me explico: trabajé buena parte de mi vida profesional en temas de Organización, y llego a vislumbrar una paradoja y un desastre asociados. La invención y puesta en marcha de los contenedores, por ejemplo, no deja de ser una feliz idea de racionalización. Un poco de racionalización yo diría que es beneficiosa, porque si no sería el caos, pero llega un momento en el que, ajustando más y más los procesos, se llega a un infierno. Y yo veo que, en mi ínfima medida, participé en ello.

 

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