Viniendo de la España de la que venía, una deformación cultural me hacía pensar que todas las películas de las que se hablaba en las revistas de cine o que no se habían estrenado por aquí mantenían postulados de izquierdas.
Hasta hace bien poco no he reparado en que si alguna tendencia había en el primer cine de Jean-Luc Godard, éste flirteaba, sorprendentemente, como el primer Chabrol, como -de otra manera- Rohmer, con ideas situadas muy a la derecha. Si queremos suavizarlo, podemos emplear eso de que venía a ser un “anarquista de derechas”.
Pero a mitad de los años 60, en el caso de Godard, la cosa fue cambiando paulatina pero rápida y drásticamente y, pasando por un periodo de simpatías comunistas, llegó a situarse bien a la izquierda, abrazando los postulados marxistas-leninistas.
Volví ayer a “La chinoise” (1967, en la Filmoteca, donde la vuelven a proyectar el miércoles) para intentar ver si eran las ideas del libro rojo de Mao o la ironía de Godard -que es lo que siempre había apreciado en sus célebres fotogramas- lo que vencía e impregnaba la película. Yo detecto mucho más lo segundo que lo primero, que también se trasmite, pero siempre teñidas de una enorme ironía.
Posiblemente Godard sólo quiso hacer lo que en la película señalan debe ser el teatro, el verdadero teatro: una reflexión sobre la realidad. Una realidad, la francesa, en la que estaban al orden del día las acusaciones mutuas entre los del PCF (revisionistas, según los M-L) i los de la UJC(ml)(gauchistas, según los primeros). Pero el caso es que a JLG le salió casi una comedia musical de colorines que no gustó a ninguno de los dos grupos antagónicos.
Lo que sigue siendo un misterio es que Godard creyera firmemente que su película iba a gustar a los maoístas. Por otro lado -no sé si en uno de los libros de autobiografía novelada de Anne Wiazemski, que intento ir a China a presentar ahí la película y se sintió muy frustrado porque ni siquiera le dieron el visado. “La chinoise” acabó teniendo su estreno mundial en el Palais des Papes de Avinyon durante el festival de teatro, abriendo así lo que Jean Vilar quería que fuera la puerta para el cine en el festival, pero fue ese un espectáculo de esos “en los que había que estar” qué políticamente no convenció a nadie. Y es que, para mí, el humor asusta a las grandes causas. El mismo Jean Vilar, parece, se achicó y habría preferido no cursar la invitación, lanzada en el mayor momento de prestigio de JLG.
Alguna declaración del realizador lleva a hacer pensar a De Baecque que Godard, en ese momento claramente situado a la izquierda del PCF, quería llegar a aunar a ambos en su lucha contra, por ejemplo, la Guerra del Vietnam. Uno de los personajes adopta una postura moderada, pero es vapuleado y expulsado por todos los demás, mientras que la “figura invitada”, en el film entrevistado por el personaje de Anne Wiacemsky, se aparta asustado de las intenciones de ésta.
Una Anne Wiacemsky que, por cierto, recuerda que era la única no marxista-leninista de casi todo el equipo y a la que, en cambio, Godard le hacía portavoz de todas esas ideas.
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