miércoles, 9 de agosto de 2023

35 rhums


¿Sería Denis entonces mejor que ahora? Fui ayer a ver (comprobé que por vez primera) “35 rhums” (Claire Denis, 2008) en la Filmoteca, dándole vueltas a esta pregunta/sentencia que me habían lanzado.
Como sobre todo en sus películas de esa época y, quizás, la un poco anterior, cuesta entrar y aclararse sobre el tipo de película que estás viendo. Luego sí, todo queda clarísimo, y se ve de una sencillez meridiana: era simplemente eso lo que te quería hacerte sentir, porque de eso iban y van todas las películas de Claire Denis, de sentimientos, de grandes sentimientos, como reflejan los profundos abrazos que se ven en la película.
“35 Rhums” no plantea argumentalmente otra cosa que la inmensa mayoría de las películas de Yashujiro Ozu. Conviven en ella un padre y su hija, ésta ya en edad de abandonarlo, pero que no desea dejarlo solo.
Como en Ozu, los trenes que pasan una y otra vez tienen un protagonismo esencial. Mucho más si sabemos que el padre trabaja como conductor de tren de cercanías. Los continuos trayectos siguiendo las vías se suceden. Entre medio, vamos viendo las familiares relaciones desencadenadas entre los habitantes de una gran edificio de la banlieu. Allí se llega fatigado, se cena, se duerme, se desayuna.
Todo el mundo sale satisfecho de la función, que confirma el poder del cine para trasmitir buenos sentimientos… y tergiversar absolutamente la realidad.
Siendo casi todos de ascensión africana, una divertida confusión sobre el nombre de un país (ella confunde el Congo por Gabón) te está indicando que eso es lo que menor importancia tiene.
Una escena que nos muestra que ella trabaja en Virgin nos situaría la época de la acción, que se quiere el más inmediato presente. Ahí empiezan las tergiversaciones, porque si quedaba aún abierta alguna tienda de discos Virgin por el mundo durante el rodaje del film, se trataba de una auténtica superviviente. Me da que la música que se puede oír y comprar en Virgin funciona para caracterizar a Josephine como esos libros que llenan las estanterías de su casa a Lionel, su padre: ofrecer un (sorprendente) entorno intelectualmente confortable.
Podríamos seguir con las idílicas relaciones interraciales en el edificio de la ficción, y ver si tienen alguna correlación con las noticias que nos llegan sobre la banlieu parisina.
Pero sí, Denis consigue poner en un puño, con las verduras a presión, a los espectadores. Sonando en la banda sonora Tinderticks. De eso, seguramente, se trataba.





 

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