He aquí la forma idónea de ver una película como “Tantas Almas” (Nicolás Rincón Gille, 2019). Absorbiendo su formato panorámico, que ocupa por completo la superficie de la pantalla de la Filmoteca, en la Setmana del cinema colombià, junto a un público que sigue con tensión durante sus 136 minutos la búsqueda, por parte de un paupérrimo pescador, de los cuerpos de sus hijos.
Un macabro recorrido aguas abajo del caudaloso río, con incursiones tierra adentro no menos peligrosas: estamos en 2002 y los embrutecidos milicos y paramilitares campan a sus anchas, imponiendo su sangrienta ley, por toda la región. Sabemos que José, el viejo pescador protagonista, no cejará hasta que haga el duelo debido por los dos hijos que le arrebataron.
Como película de un duelo, precisamente, definió en la presentación su director ayer a “Tantas almas”, comentando haber utilizado para que aparezcan en ella lo que llama “actores naturales”, pescadores y otros habitantes de una región que, precisamente, soportó profundamente ese tipo de dramas, que de forma tan extendida sacudió a Colombia en su historia reciente.
Subiendo en el ascensor de la Filmoteca, acabada la sesión, no con el público específico del ciclo, sino con ese de tercera edad que acude de forma fija a ver todo lo que ahí se pase, para luego comentar abiertamente entre sí sus temibles reacciones sobre lo visto, dejando a caldo las películas, me sorprendí positivamente oyendo su sentencia: por una vez no sólo era absolutoria, sino que todos ellos, atropelladamente, se comunicaban cómo, con tan simple argumento, habían estado todo el rato con su atención pegada a la pantalla.
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