Acabada de ver al completo “Esterno notte”, me ratifico por completo en el enorme alcance de la película (2022) de Marco Bellocchio, que ya intuía y manifesté por aquí tras haber visto tan sólo su primer episodio.
Esa perspicaz observación de toda una sociedad italiana (empezando por las altas instancias de la política e Iglesia), con su punto grotesco, que se desarrolla durante todos los episodios del film, culmina en el último.
Sabemos de la progresiva indignación que mostró durante su largo secuestro Aldo Moro por la publicación de las cartas que envió desde el cautiverio, pero Bellocchio se erige con la autoridad necesaria para poner en su boca el temible repaso “a toda esa banda jesuítica” en una confesión que, de existir, nadie pudo escuchar.
Poca crítica más mordaz puede oírse contra la Democracia Cristiana, pero no sólo ellos reciben un duro varapalo, pues la película no olvida tampoco las inmaduras y trágicas acciones de los miembros de las Brigadas Rojas, y así podríamos seguir con todos los estamentos que desfilan por el film: sólo se salva algún recuerdo íntimo, quizás falseado, de la más inmediata familia.
Los mínimos gestos habidos para intentar salvar a la persona han sucumbido ante las enarboladas sempiternas “razones de Estado” (ese magnífico plano de Paulo VI pasando en su silla de ruedas por delante de la mesa donde está acumulado el dinero preparado inútilmente para el rescate, sin siquiera mirarlo).
Y, acabada la representación, contrariando todas las peticiones expresas en su contra, una solemne música (habría que analizar la música que va apareciendo en diversos momentos de la película) nos indica que sí hubo cínicos, jesuíticos, funerales de Estado, discursos cariacontecidos: la, ésta sí, eterna representación que no ceja.
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