Un plano como éste te hace dar cuenta de lo que le deben a Bresson cineastas en principio de coordenadas tan alejadas como las de Koberitze.
A ver si una composición como ésta no vale por ella sola para lanzarse a ver la película.
sabelle Weingarten. ¿Fue Eustache en “La maman”, a través de su alter ego Alexandre, quien explicaba que se enamoró de una mujer porque había sido descubierta para el cine por Bresson o era él mismo quien lo decía? Godard, desde luego, también pudo haberlo dicho. Basta con leer el libro de Anne Wiazemsky…
Recuerdo la expectación previa y la satisfacción posterior, bañada en un seguro embrujo, de ver “Cuatro noches de un soñador” (Robert Bresson, 1971) durante su estreno en España. Creo que fue en el cine Azul de Madrid (o en uno que estaba muy cerca de éste) el último trimestre de 1974, durante una estancia mía en la ciudad, pasando un periodo de la mili.
Ahora, aprovechando que Le Cinema Club ofrece hasta el viernes la película (enlace en versión original francesa subtitulada al inglés abajo), la he vuelto a ver y me ha dado por pensar lo fácil que lo tendría de ser una película actual y que me pidieran participar en ese juego en el que has de decir cuáles de las películas que has visto durante el año te han gustado más.
La nocturna visión inicial de la atractiva y algo fantasmagórica silueta de Isabelle Weingarten en el Pont des Arts marca toda la película y su desarrollo posterior, así como, veo ahora, mucho del cine futuro que seguiría esa cuerda.
“Cuatro noches de un soñador” está íntimamente ligada con la posterior y ahora recuperada “La maman et la putain” (Jean Eustache, 1973) al menos por dos cabos bien sujetos: por un lado está el de la entonces debutante y luego fugaz actriz, posteriormente casada -seguro que jugó un papel importante en eso la fascinación cinematográfica por esta película- con Wim Wenders y Oliver Assayas. Por otro, mucho más fuerte, por su director de fotografía, Pierre Lhome. ¡Cómo se entiende que Eustache, por su admiración por Bresson, coptase a ambos!
Es extraordinario cómo van viéndose los mecanismos que emplea Bresson para, sin olvidar ni uno de sus postulados, ir proporcionando un cierto dinamismo y saber estar actual, que puede resultar hasta inusitado, a la película.
Así, por un lado, vemos cómo, por ejemplo, la cámara encuadra y sigue a la cesta de la compra cuando el personaje entra con ella en la cocina, o vemos de los que curiosean los puestos de los bouquinistes del Sena únicamente sus piernas, pero también, por otro, asistimos a la proyección en un cine de un truculento polar cuyas escenas filma, a la par que detectamos que debe ser el film de Bresson con más música por metro rodado. Aparecen varias veces jóvenes tocando la guitarra ofreciendo pautas musicales a la acción, se sigue de lo más atentamente la evolución de ella delante del espejo a ritmo brasileño y, sobre todo, en otro momento, parece que, rompiendo sus convicciones al respecto, Bresson haya puesto musica a una escena de la película, cuando en seguida vemos que se trata de la que supuestamente produce un grupo brasileño que toca en un bateau mouche que pasa en ese momento.
Como siempre, todos los personajes son perfectos modelos, que besan o lloran apasionadamente…sin aparente pasión más que interna.
Queda de la película el poso dramático que le dan unos de sus protagonistas absolutos, los quais del Sena, río de suicidios o intentos de suicidios y el deje de melancolía que ofrece las miradas del soñador, solitario a su pesar, a las parejas que se abrazan por ese entorno. Decididamente, uno quisiera para ese personaje un final como el de Pickpocket.
Junto al Sena. Guillaume des Forêts me recordó en alguna que otra ocasión al Jesucristo de “La pasión según Mateo” pasoliniana…
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