Leí con interés las discusiones, ya hace varias semanas, acerca de la validez o no de “Argentina 1985” (Santiago Mitre, 2022; Verdi). A la crítica de película de lenguaje extremadamente convencional llegaban respuestas -recuerdo especialmente una desde Argentina- emocionada con la película y su papel con respecto a la sociedad actual del país latinoamericano. Anoté mentalmente… y esperé a comentarla con conocimiento de causa.
Ayer ya no habían aglomeraciones para su sesión aunque era día del espectador, ni aplausos al final de su proyección, como dicen que ha sucedido en muchas sesiones previas en su país de origen y se ve que también en el nuestro. Sin la pasión de los primeros días, pudiendo asistir a su pase con cierta tranquilidad, pues, no me disgustó en absoluto haberla visto.
Retomo inicialmente el sentido de la respuesta emocional: no puedo estar más de acuerdo en cuanto al chute que puede representar el film en un país que no está, por así decirlo, en su mejor momento. Inyección en vena para la gente que vivió con horror esa “reacción feroz, clandestina y cobarde” de la Junta Militar y sus partidarios. La de recordar que en ese país pudo lograrse en 1985 una mínima, una pequeña reparación del horror sufrido. Ante tanta atrocidad y silencio sobre esa atrocidad, bien por ello. Y por poder pensar que el “nunca más” que buscaba la sentencia del juicio puede alargar su efecto.
Tocaría ahora al otro tema, el de “lo específicamente cinematográfico”: pues resulta que no veo yo la película como de una gramática tan convencional como se le acusa. Y aclaró que no soy yo muy partidario de un cine, para entendernos, a lo Spielberg, como el de “Los archivos del Pentágono”, que diría viene a ser el modelo de esta “Argentina 1985”.
Sí que se busca una identificación emocional con el espectador, como puede suceder en ese modelo de cine, pero salvo en un momento dado (las declaraciones de la víctima que tuvo un parto en el momento de su secuestro, en el que para totalmente el acompañamiento musical -bastante anodino- de toda la película) no me sentí tan manipulado como me siento, incomodándome y removiéndome en mi asiento, con cantidad de escenas de la película de Spielberg y de las de su estilo.
En ese hecho y en el de considerar cierta “no convencionalidad” en la película, creo que debe tener un mérito especial Mariano Llinás, coguionista del film, al que veo detrás de muchas situaciones y diálogos del mismo, tanto de desatada comedia como de argamasa fílmica bien construida, que aleja esa lacra del convencionalismo. Todo el papel dado, por ejemplo, a la mujer del fiscal general es, en este sentido, diría yo, de antología.
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