Envalentonado por el buen resultado que obtuvo en mí “Le parc” (2016) y antes “Les enfants d’Isadora” (2019), vi anoche la tercera película que de Damien Manivel presenta ahora mismo Mubi, “El viaje de Takara” (“Takara, la nuit où j’ai nagé”, 2017), que me ha parecido una miniatura deliciosa.
El sistema ofrece únicamente la versión original francesa subtitulada en inglés, pero los escasos de lenguas como yo no deben tener miedo, porque se trata de una película sin diálogos y, por otra parte, en todo el metraje sólo se detecta el rumor de un lejano altavoz y en otra escena el sonido de una televisión, ambos en japonés...
Que no tenga diálogos no quiere decir que no exista sonido, pues en ella su banda sonora, con apariencia de sonido directo, es muy importante.
Son las películas que he visto hasta ahora de Manivel de esas que deben verse con atención, porque la observación tiene premio, que es el auténtico disfrute.
La trama de ésta, que debes ir interpretando a partir de esa atenta observación de que hablo, es muy sencilla: Nieva copiosamente y esa zona del Japón queda cubierta por un gran manto de nieve. El niño protagonista se despierta de noche y luego ya no puede conciliar de nuevo el sueño. Aprovecha para hacer un dibujo, que va marcar toda la aventura, pero ese desvelo le va a pagar factura constantemente al día siguiente, cuando se dirige con el dibujo, aparentemente, al colegio.
Se trata de un niño con una sorprendente autonomía, como se va viendo a partir de las decisiones que va tomando cuando seguimos su peripecia. En ella entremezcla los juegos a los que le lleva su edad con su firme propósito, dando pie a alguna escena muy divertida (sus caídas muerto de sueño, su disimulo al ser descubierto cuando iba a mear en un rincón, etc.)
Temía la aparición de algún elemento fantástico en la trama, pero por suerte no ha sido así. No hacia ninguna falta.
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