Mentiría si digo que me he leído este “Europa. Un relato necesario” (José Enrique Ruiz-Domènec, RBA, 2020) en una exhalación. Todo lo contrario. Incluso he estado tentado de dejarlo, agotado, en varias ocasiones.
Es una edición revisada y ampliada de un libro de éxito suyo, que intenta buscar mediante un repaso histórico (del año 312 al 2019) la esencia de Europa. Posiblemente un espectro temporal tan amplio es el causante de que, pese a sus repletas 400 páginas, determinados periodos y hechos sean tocados únicamente sobrevolando por ellos, buscando en una frase feliz caracterizarlos. De ahí también que, ignorante del trasfondo de tanto, no me haya acabado enterando de mucha cosa.
Si los capítulos intermedios son escuetos y pasa por ellos a una velocidad de crucero altísima, no pasa así por el último, sobre los tiempos más cercanos, redoblado por una coda, algo reiterativa, en la que quiere dejar claras sus conclusiones.
No creo que sea destripar el libro decir aquí cuáles son esas conclusiones o, al menos, las que me han quedado a mí como tales. La principal, por repetida hasta la saciedad, sería que estamos en una situación de lo más crítica. Y yo me he resumido en dos las causas que indica. Por un lado, la existencia de dos potencias disputándose la región: la Unión Europea y Rusia (deja a Putin como un auténtico diablo). Por otro, la irrupción de lo que clasifica como el nacional-populismo.
Este nacional-populismo, extendiéndose por toda Europa, es el que lo tiene amargado, sobre todo porque araña en buena medida, le usurpa su idea principal. Esa idea sería que se debe pensar el futuro estudiando el pasado. Pero en este trance, se queja, se han olvidado, apartándolos, de los historiadores. Mientras que los nacionalistas-populistas acuden al pasado para simplificarlo, restarle complejidad, adaptarlo a sus necesidades, y llenan el panorama de las famosas fake-news.
Habla en el libro no solo de hechos de esos que siempre se han estudiado en los libros de historia, sino que también hace un barrido, que ahora se diría transversal, por aspectos culturales, aparentemente anecdóticos, de la época analizada. Con su personalidad tan teatral a cuestas, he notado a Domènec interesado, más que nada, en el golpe de efecto. Me ha parecido, ya que no está ante un auditorio al que pueda asombrar poniéndose de pie, acompañándose mediante un gesto que demuestre sus tablas, que en ciertas fases se vende por un buen adjetivo, por una frase literaria, para redondear su párrafo, dejándolo ahí, volando su significado, inalcanzable más allá de su belleza, por las nubes.
Podría achacar a mi ignorancia mucho de lo que da sin que me entere demasiado bien qué quiere decir. Por eso me he detenido en alguna cosa que explica de películas y cineastas, por aquello de que los tengo más frecuentados. Pongo aquí unos pocos ejemplos:
-Tras hablar de la llegada del desatado consumismo a la Europa de los años 60 y de la inmigración desde el Tercer Mundo, suelta: “Godard sintió una necesidad sensual de filmar ese mundo en ‘Alphaville’: película de culto pues mostró los límites morales de la abundancia.” ¿Fue hecha ‘Alphaville’ para mostrar -o de ella se deducían- los límites morales de la abundancia?
-Sobre Bergman y Dreyer, diría que olvidando la real cronologia de las obras suyas que cita, suelta frases de esas que no sé yo si realmente sirven para asentar su tesis o bien sólo para ofrecer el aroma ambiental que busca encontrar. Hablando de la aparición de la socialdemocracia dice: “En ‘Fresas Salvajes’, antes que nadie, y en sueco, Ingmar Bergman descubrió el mundo interior de esa nueva sociedad auspiciada por la socialdemocracia. Lejos de toda intención nostálgica o emotiva, dotó al hecho de un lenguaje, de unos personajes y de un espacio. Con ello, Bergman inauguró la cinematografía que acompañaría a Europa en la búsqueda del paraíso socialdemócrata, como Dreyer había creado con ‘Gertrud’ el cine de las grandes soledades, del misterio de la vida”.
-Y hablando de ‘La Nueva Ola’: “Y Federico Fellini, de pasado neorrealista, que realizó un cruel retrato de la sociedad mundana en ‘La dolce vita’ y ‘Ocho y medio’. Con ambas películas abrió la puerta a un paraíso vedado al cine: los entramados temporales”.
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