Me veo a mí mismo, cuando se estrenó “Mi cena con André” (Louis Malle, 1981), ufano más no poder, con dinero en los bolsillos y hasta en cuenta corriente, debido a ya tener trabajos con sueldo decente, que me permitían , aunque sin exagerar, salir por ahí sin la preocupación de si me iba a alcanzar lo que llevaba en la cartera.
Quizás por eso, recuerdo la gran satisfacción experimentada con la película, pero de ella retuve únicamente esas cosas a las que me estaba lanzando por entonces: el placer de ese ritual del restaurante en buena compañía, en un apartado rincón que protege y anima a una conversación a fondo, esa copita de Amaretto que, para redondear la cosa, pide Wally Shaw, ese actor de físico tan especial que ya siempre más asociaríamos con el personaje de la película.
Tras verla de nuevo hoy, producto de un pase televisivo que tuvo su repercusión por aquí, he podido reparar en lo que es seguro que provocó que pasara a ser un film de culto. Entrando en la conversación de cada uno de ellos (Wallace Shawn y André Gregory, que interpretan sus propios papeles), he podido constatar cómo representaban dos formas de pensar la vida, más “espiritual” el segundo, más “sensual” el primero, reflejando características que, como dice Malle, explosionaron en los años 60 y 70, y de las que la película no deja de ser su cierre, su despedida.
Tengo un libro de entrevistas de Philippe French con Louis Malle que he ido a consultar tras la visión del film (para eso están, sobre todo, este tipo de libros, para hacerse una idea cabal de lo visto, confrontando ideas con lo que ha pasado por tu cabeza durante la proyección). En el mismo, al margen de señalar una serie de cosas básicas, muy importantes sobre el film (como que partió de un guión de Shawn, con lo que el personaje de André estaba escrito por Wally..., o que insistió a ambos para que “actuasen”, interpretasen su correspondiente papel, como lo haría un actor) y de explicar con gran lujo de detalles toda la evolución del proyecto y de su realización, acaba Malle con esta frase, aproximadamente:
“(...) Encontré una mujer a la que conocía vagamente, esposa de un productor, que me dijo que había visto ‘My dinner with André”, y no cesaba de repetir que había encontrado el film maravilloso y después, en un momento dado, añadió: ‘he visto tu nombre y sé que has participado, que lo has realizado, pero qué has hecho, exactamente?’ Pensé que era el mejor elogio que podía hacerme. La mayoría de los espectadores, fuera de los que conocen un poco por dentro el cine, debieron creer que me contenté con colocar una cámara a un lado y otra en el otro lado, y que lo filmé todo en una tarde, mientras que los dos actores improvisaban. Llegar a dar esta impresión al espectador fue para mí un éxito enorme, que me complació muchísimo.”
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