Los directores del Nuevo Cine de Taiwán, que aparecieron en Cannes como un grupo compacto. Hsiao-Hsien -el de más a la izquierda-, por ejemplo, aparecía como actor en las películas de Yang -el de más a la derecha.
Weerasethakul explicando lo que más le sorprendió e influyó del Nuevo Cine de Taiwán.
Koreeda, en el espacio en el que Ozu escribió su “Cuentos de Tokio” con su guionista.
Hsiao-Hsien, al final del documental.
Apichatpong Weerasethakul, reflexivo en un balcón de madera que deja ver alrededor una selva como la de sus películas, comenta que el punto de vista frontal, el uso de ventanas y puertas en esas superficies planas que solía ser el encuadre de las películas del Nuevo Cine Taiwanés, le influyeron mucho en su propio cine.
Olivier Assayas dice que lo que primero le atrajo de ese cine tan moderno de Hsiao Hsin y de Edward Yang fue su ausencia total de exotismo. “Siendo no obstante profundamente del lugar” -le complementa Jean-Michel Assayas.
Wang Bing descubre un inesperadamente poderoso discurso oral, que antes sólo le había visto a través de las imágenes de sus films, mostrándose admirado de la forma de hacer del nuevo cine taiwanés, que sabe presentar personas, individuos de lo más real, frente a un cine de la China Continental que solo sabe presentar lo colectivo, sin saber dibujar el carácter de sus personajes.
Todo esto, junto a escenas muy bien escogidas del cine objeto del documental, puede verse en “Flowers of Taipei. Taiwán New Cinema” (Chinlin Hsieh, 2015; en MUBI), en la que antiguos seleccionadores de los Festivales de Cannes, Venecia o Róterdam y gente de cine y artistas de Francia, Argentina, Japón, Hong Kong, China y la propia Taiwan, elevan su sombrero ante la sorprendente frescura de las obras de ese grupo de cineastas que, ayudándose entre sí, surgieron en los años 80 en Taipei.
Y lo cierto es que algo tienen las películas de Edward Yang o las primeras de Hou Hsiao Hsien (de los únicos que -¡ay!- he visto algo), que al ver alguna de sus escenas te dejan atrapado por la composición de su cuadro, por los (escasos) movimientos de sus cámaras o por el movimiento, la vida, captados por ellas, dándote valiosa información, a la vez, sobre toda una sociedad que había restado muy alejada.
El documental no me parece muy recomendable únicamente por dar a conocer todo lo anterior, sino también por lo bien realizadas y enmarcadas que están -vía puesta en escena- sus entrevistas. Tanto es así que he ido a mirar si su realizadora ha hecho algo más, pero desgraciadamente éste es su único largometraje.
¡Ah! Por si fuera poco, en él Hirokazu Koreeda nos enseña la habitación en la que Ozu y su guionista Kogo Noda escribieron “Cuentos de Tokio”, mantenida desde entonces sin cambios notorios.
“Un día de verano”, de Edward Yang.
“A City of sadness”, de Hou Hsiao-Hsien.
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