viernes, 1 de mayo de 2020

Roubaix, une lumière

Desde este terrado, una noche en que el comisario le sitúa en el territorio: Bélgica, Lille,... etc. Los sitios por los que corría de joven y sus “especialidades” de entonces. Ahora todos sumidos en la más grande depresión.
Ahora sí. Este “Roubaix, une lumière” (Arnaud Desplechin, 2019), ha sido para mí un magnífico arranque, y un buen augurio de lo que podría venir en este festival D’A (en Filmin)... si las películas que siguen estuvieran mínimamente a su altura.
Hay un punto fundamental a tener en cuenta para entender y valorar la película, me parece a mí, mientras que lo poco que he visto escrito sobre ella habla solo de una peculiar visión del género negro, de investigaciones policiales para resolver casos en una zona deprimida.
El comisario y el policía recién llegado.
Roubaix es la ciudad natal de Arnaud Desplechin. En ella, como sabemos de su alter ego Paul Dedalus en “Trois souvenirs de ma jeunesse” (2015), pasó su infancia y juventud. Ahora sitúa ahí de nuevo esta cinta, lo más alejada, aparentemente, de un film autobiográfico y, sin embargo, ahí radica uno de sus puntos de fuerza.
Por el principio, el policía joven, recién llegado a la ciudad, escribe o graba sus impresiones de lo que se va encontrando a su alrededor. Una descripción de Roubaix que podría efectuar el propio Desplechin, regresado al lugar para el rodaje. Más tarde (primera foto), el policía maduro (Rochsdy Zem) le señala al nuevo, desde un terrado, dónde se sitúa Bélgica, dónde Lille, dónde aquella otra ciudad por la que se movía de joven, todas llenas de inmigración sin salida, de miseria y falta de alicientes, todas hechas ahora un asco.
Esas miradas para entender el crimen y hacernos ver el entorno.
Es, como casi siempre, de noche. A Roubaix, ciudad de la zona más deprimida de Francia (eso se dice en una de esas notas del diario en formación), la vemos casi siempre a oscuras, quizás esperando de una vez esa luz que anuncia, esperanzador, el título.
El personaje central del film es el comisario. De origen argelino, es un hombre reposado, que habla con unos y con otros, entendiéndose con todos ellos. Amante de los caballos casi tanto como su ayudante amante de los números, aunque no ceja en su empeño se da siempre un respiro y lo da a sus investigados, consciente del sórdido ambiente por el que se mueven y que vamos viendo, para que completemos nosotros mismos la impresión. La música de Grégoire Hetzel redondea el efecto. Todo es bastante lineal. No hay sorpresas narrativas, ninguna extravagancia de esas a las que, de repente, nos tenía acostumbrados Desplechin.
El comisario conocía al tío de la chica de 17 años que se ha escapado de su casa. Como con todos, charla amigablemente con él. Los dos llegaron desde Argelia.
Sin alterarse lo más mínimo, el comisario Droud va acumulando sensaciones, pruebas,... Quizás, también, cariño por todos esos personajes, a los que tan bien entiende en su más profundo interior. Él, en el fondo, uno más, que ha quedado ahí atrapado.
En una investigación, preguntando a dos amigas. Una de ellas, la Léa Seydoux de la famosa “La vie d’Adèle” (A. kechiche, 2013)

No hay comentarios:

Publicar un comentario