Festival D’A en Filmin. Dos temas básicos se van alternando, separados por apagados en negro, en “Girant per Sant Antoni” (Pere Alberó, 2020): Uno, los progresos paulatinos de la remodelación del Mercado Municipal de Sant Antoni, el más antiguo fijo, con estructura de hierro, de Barcelona. Otro, las reacciones, también en paulatina expansión, al “mobbing” que tiene lugar por su alrededor. Al margen, varios aspectos de la vida en el entorno.
La razón de presentar juntos estos dos temas la tenemos clara los que vivimos en la ciudad. La remodelación del histórico mercado forma parte de una variada serie de proyectos que el ayuntamiento lanza, en principio, para mejorar la vida, ofreciendo mejores servicios, de los habitantes de un barrio, pero que, paradójicamente, acaban conduciendo a una masiva expulsión de esos mismos antiguos habitantes que teóricamente iban a disfrutarlos. Esto es tan común que últimamente, al saber de un proyecto de este tipo, por muy necesarios que se vean y atractivos que resulten sus objetivos, me hace, pesimista, arrugar la nariz. Me temo que sea el origen de un proceso imparable que comporta especulación, carestía del suelo y de la vida en ese lugar y muerte casi total de toda la vida previa.
La primera escena del documental es muy atractiva: Primera hora de la mañana, clareando el día, los trabajadores van acercándose a la obra de remodelación del Mercat de Sant Antoni. Poco después, un poco de refilón, vemos al causante de uno de los principales retrasos que fueron acumulándose, para hacer que de los previstos dos años se convirtieran en ocho o nueve: un imponente muro, frontis del antiguo Baluart de Sant Antoni, aparecido por sorpresa al escarbar para disponer de un piso subterráneo.
No hay ningún comentario de un narrador en off o presencial, como no hay en el documental entrevistas para ir dilucidando lo que se va viendo. Cuando Alberó ha considerado necesario aclarar algo más allá de lo que pesca con la cámara, organiza una supuesta conversación. Mediante ellas sabemos más de los que ocuparán las paradas del nuevo mercado, pero sobre todo de toda esa organización subterránea que va formándose entre activistas y vecinos para evitar las expulsiones de las viviendas de alquiler.
Una escena del montaje del mercado me ha parecido muy oportuna, justificando incluso su desplazamiento mucho antes de lo que el orden cronológico supongo que justificaría: la cámara está ante un lienzo blanco, delante del cual pasa fugazmente un chico que carga una bandeja con vasos de café con leche. De repente ese lienzo, de hecho un toldo vertical, se va elevando poco a poco, desvelándonos la presencia detrás suyo de una parada del mercado, dispuesta a funcionar por primer día. Ese lienzo blanco recuerda, claro está, a una pantalla, y es inmediato asociarla con la pantalla inicialmente en blanco del cine en la que iba a verse la película, abierta a todo lo que sigue.
Por los alrededores del mercado en construcción muestra el film de Alberó una presencia que irá incrementándose. Son los carteles, los actos de organización y resistencia a la especulación y a la pérdida de los habitantes del barrio, víctimas de negocios de terceros.
Me gusta que, pese a los montajes escénicos, casi de ficción, no se disimule la presencia de la cámara registrando todo lo que aparece por ahí. En más de una ocasión es un reflejo que o se ha forzado o no se ha quitado en el montaje, de la misma forma que no se ha quitado la notable presencia de una jirafa en un plano. También un cliente del mercado se refiere abiertamente a la presencia de la cámara, o una niña le dice a su hermano, intercambiando cromos en el típico mercadillo dominical, que no mire a la cámara. En otra ocasión vemos al propio Pere Alberó entrar, su camarita en mano, con el grupo que va a protestar a la oficina del administrador de fincas de quien está efectuando un moving. Pronto veremos que la camarita le iba a servir para captar, clandestinamente, apuntando al suelo, la tensa conversación que tiene lugar en la oficina.
Una escena del documental en el interior del local de Casa Gallofré, por lo que se ve cargada de divertidas historias. |
Una fotografía de la entrada de Casa Gallofré que he pescado de Internet, aunque aparece casi igual en la película. |
He hablado de un tercer tipo de escenas captadas: las que reflejan la vida que existía por el lugar. La más significativa es la de la Casa Gallofré, Géneros de Punto, un precioso comercio tradicional de los pocos que van quedando y que, desde luego, tendré que ir a curiosear.
Otra, aunque integrada en el proceso de cambio de las estructuras del mercado, marca para el recuerdo la aparición de los originales armarios rodantes llenos de libros, dispuestos a exhibirlos en las paradas del provisional mercadillo de libros de los domingos de la calle Urgell. Recuerdo que en una ocasión inicié una exploración, en busca de los variopintos locales en los que se almacenaban por la zona, tras haber visto algo parecido por un mercado de Florencia.
Una tercera sería la singular librería que un indigente había montado en la acera donde dormía, Justo delante del letrero de una oficina de La Caixa. Pero él es consciente que poco tiene que esperar del futuro, viendo claro que no casa con el nuevo mercado.
Acabamos con una última muestra de vida remanente, no se sabe por cuanto tiempo: un baile de tango.
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