Son los turistas norteamericanos de “Paris en cinq jours” (Nicolas Rimsky y Pière Colombier, 1926), viendo escopeteados, a golpe de pito, los principales monumentos de la ciudad desde su especial autocar descapotado.
Jorge Gorostiza anunciaba en su blog de arquitectura, cine y ciudad que esta curiosa película había sido puesta a disposición en la página Henri (por Langlois) de la Cinemateque francesa que tantas buenas sorpresas me está dando y, tras ver otras tantas películas que le pasaron delante, anoche le dediqué por fin su momento. No es la copia de la calidad extrema de otras que presentan, porque es producto de una laboriosa reconstrucción a partir de lo encontrado y tiene a primera vista el inconveniente de venir sin banda sonora alguna. Pensaba que este último punto iba a hacer que me cansara en seguida, pero lo que va apareciendo por el film, payasadas de su protagonista al margen, es ciertamente tan curioso que, vistas las músicas que a veces ponen a las películas mudas (antes había iniciado la revisión de “La caída de la casa Usher” en Filmin...), hasta me pareció bien la medida.
Desconocía la existencia de este Rimsky, que sin embargo se ve que fue un actor y director de origen ruso de amplia y popular carrera en Francia. No es que, vista la película, se haya convertido en santo de mi devoción, pero sigo sosteniendo que la película, autocar turístico y vistas de la ciudad de entonces al margen, sigue siendo curiosa de ver por varias otras razones.
Una primera se ve en las escenas iniciales del film, cuando el contable Harry (Rimsky) hace desesperar a su jefe y reír a todos sus compañeros de oficina neoyorquina con los desastres que ocasiona en los momentos en que, simulando seguir los encargos recibidos, se pone a leer “Los tres mosqueteros”. El efecto cómico está medianamente conseguido, pero lo más interesante es ver cómo las páginas del libro semiescondido entre expedientes dejan ver, en vez de las correspondientes líneas mecanografiadas, escenas filmadas especialmente de las aventuras de los mosqueteros.
Ya en Paris, el guía deja bajar y volver a subir a sus pupilos unos instantes ante algún monumento y llega a la proeza de guiarles en una visita al Louvre en 15 minutos, lo que me hace pensar si no habría visto Godard la película cuando ideó la alocada carrera dentro del museo en busca de superar el récord en su “Bande à part”.
Otra visita relámpago fuertemente curiosa es la de la Feria de Bellas Artes, creo que instalada por el Campo de Marte. Para no cansar a sus visitantes, además de acelerar su visita, los llevan en unos más que curiosos triciclos individuales, que debería investigar si realmente se utilizaron en la exposición o se los inventaron en el film.
La historia de rivalidad del contable con un conde que le roba la novia da pie también, en su desesperación etílica, a disfrutar -y nosotros con él- de la noche de Paris y sus osados espectáculos, derivando las noches de juerga hasta ir a parar a antros canallas.
Eso y dos o tres escenas como de vanguardia, con una torre Eiffel doblándose o todos los edificios y caras de los acompañantes bailando alocadamente ante el contable, decididamente víctima de la ingesta de alcohol.
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