sábado, 23 de mayo de 2020

Le double amour

Las cartas del tapete danzando, obsesivas, por la cabeza del irremediable jugador.
Quiere la casualidad que “Le double amour” (1925) no se pasase en la amplia retrospectiva que la Filmoteca dedicó a Jean Epstein hará unos cinco años o que yo, por lo que fuera, no asistiera a su eventual pase y quiere también que precisamente anoche la pusiera a disposición la Cinematheque Française en su página Henri, que tantas satisfacciones está ofreciendo. ¡A bodas me convidas! siendo que ver las películas de Jean Epstein es uno de esos regalos que nos dispensa la historia del cine.
No es, a mi gusto, uno de sus grandes títulos. Tiene todo el maderamen de un melodrama con paso brusco del tiempo, marcado por una obsesión malsana por el juego que se trasmite genéticamente, pero no presenta esas grandes secuencias cercanas al cine de vanguardia o aquellas rodadas en un mar enfurecido que caracterizan sus -para mí- mejores películas.
Pero aún así comporta, sí, alguna sobreimpresión (como las de la protagonista, desesperada, a punto de cometer una locura mientras el mar golpea las rocas o bien esas cartas de tapete de casino volando por la cabeza del joven jugador, irremediablemente perdido) y algún decorado marca de la casa (las llamativas paredes del apartamento de la condesa convertida en exitosa cantante de music hall).
Y está muy curiosa la escena inicial, en un elegante Casino en el que brilla una fiesta de caridad de alto copete y Epstein, maligno, hace un inserto de un anciano pobre y su nieto en el exterior, afrontando estoicamente hambre y frío.
Esta imagen no pertenece a la casa de la protagonista cuando es una famosa cantante de music hall, que es cuando aparecen en la película los más llamativos decorados, sino de la primera parte, en la que simplemente hace de condesa con gran afición y dotes para el canto. Peto aún así tiene la presencia impactaste de ese muro-vidriera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario