Poco antes de la reclusión domiciliaria, un amigo que había estado por Lyon me trajo este libro. Pensé entonces, y atestiguo ahora con sólo leer su prólogo y primer capítulo, que me habría venido de perlas para descubrir algún punto adicional o precisar algún extremo del texto que escribí en el "Para rondar castillos" (José Luis Núñez, coord. Shangrila, 2020), que versaba, en buena parte, alrededor del film de Jean Eustache "La maman et la putain".
Tres entrevistas con colaboradores de Eustache en la realización de esa película (Luc Béraud -que hizo de asistente de dirección-, Pierre Lhomme -de director de fotografía- y Françoise Lebrun -la actriz del sostenido e inolvidable monólogo-) cierran el volumen, que previamente recoge una serie de miradas desde diversos frentes. Varios de los que escriben colaboraron también en la riquísima fuente de información que fue el previo "Dictionnaire Eustache" (Antoine de Baecque, ed., Léo Scheer, 2011).
Y de Antoine de Baecque es, precisamente, ese primer capitulo ya leído, dedicado a desentrañar lo que hay de Paris en la película. De Baecque censa los diferentes espacios parisinos que aparecen en “La maman et la putain” y las acciones que se dan en ellos, para después cuestionarse si a Eustache le gusta la ciudad, como claramente se veía que pasaba con Narbona en su “Mes petites amoreuses”.
Tiene el escrito conclusiones sagaces sobre el carácter del personaje de Alexandre (interpretado por Jean-Pierre Leaud), como esa en la que dice que “la ciudad se revela a menudo a Alexandre, que puede explicarla a sus interlocutoras, generalmente fascinadas, Gilberte, Marie, Véronika. Es la mejor faceta del muchacho: ese conocimiento de un Paris secreto y a menudo desaparecido le confiere el fondo de su seducción.”
Por el final recupera unas frases que dice en la película Alexandre: “Paris luce muy bello por la noche, desembarazado de su grasa que son los coches”. Al leerlo he pensado en que algo así concluí sobre Barcelona anoche, en un paseo que dimos por las calles centrales del Ensanche. Era domingo, tras la ligera liberación producida justo antes de la entrada en vigor de la “fase cero” del desconfinamiento. Sin coches, tiendas cerradas pero luciendo sus escaparates, sin apenas gente, la poca con la que te cruzabas del lugar, porque ni uno solo era turista, pues andaban confinados en sus lugares de origen. En un sentimiento que hacía tiempo que no experimentaba, Barcelona, “sin toda su grasa”, que dice Alexandre, me pareció en su silencio bastante hermosa, llegando a pensar que, pese a tanta desgracia repartida y aún por llegar, ciertas facetas de esta etapa hasta las llegaremos a echar de menos.
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