jueves, 12 de diciembre de 2019

El sabor del té verde con arroz

El set más extraño de toda la película.
Si “El sabor del té verde con arroz” (Yasujiro Ozu, 1952) fuera un Hitchcock, yo hablaría de “Pero...¿quién mató a Harry? Me ha parecido, vista ayer en el ciclo Ozu de la Filmoteca, una película extrañísima, lo más próximo a una comedia en Ozu, y a una -doble- comedia romántica en su tramo final.
Se inicia en un taxi, como pasajeras tía y sobrina dando botecitos en el asiento, mientras se recorre un Tokio de grandes avenidas y edificios, no habitual (salvo el edifico con un reloj que creo corresponde a la estación de tren) en Ozu, más propios de la City de Londres, o de la orilla norte del lago Leman en Ginebra.
Una mujer en uno de esos locales de Pachinko.
Esa primera imagen, en el interior del taxi, ya me ha llenado la cabeza de dudas: ¿habré visto la película recientemente o se tratará de una nueva versión de otra suya recientemente vista? Porque los edificios no, pero la situación de las amigas hablando de sus maridos que sucede poco después me ha vuelto a remover la memoria...
Pero salvo unas cuantas de estas situaciones hasta, digamos, la mitad de la película, todo es muy diferente. Hay decorados (de empresa de modas, la habitación de la tía,...) y exteriores (el velódromo, el aeropuerto,...) de una modernidad años 50 apabullante. Surgen los temas de los films de Ozu (el encuentro de los veteranos de guerra, los balnearios como sitio para descansar de la rutina, algún manejo familiar para acordar un matrimonio a la sobrina,...), pero tratados de forma diametralmente opuesta a las de sus otras películas.
En unas gradas de velódromo totalmente masculinas, tres mujeres.
Es Chishu Ryu quien encarna al veterano de guerra, apareciendo encima de un decorado, en un papel al que no le habrías asociado nunca, hasta el punto que se marca él solo una canción nostálgica y todo.
Los personajes van a jugar al Panchiko, pero uno de ellos es una mujer, la sobrina, despreocupada absolutamente. Una chica moderna que no hace ni el más mínimo caso a las propuestas que le formulan de adaptarse a un matrimonio convenido. Y por cierto que son también las tres amigas las que van y se ven -cosa inusitada- en las gradas del velódromo.
Probando el sabor, primitivo, sencillo, del té verde con arroz.
Dos escenas, chocantes, pero muy atractivas, marcan un cierto momento de tensión. Por un lado la mujer que ha tomado una difícil decisión pasa en un tren por un puente larguisimo, con muchos cuerpos de estructura metálica apareciendo y desapareciendo con un fuerte sonido acompasado. Por otro lado la masiva despedida del marido en un aeropuerto con aviones a hélice que parecen sacados de los dibujos de Javier de Juan.
Y una última observación, sobre las magníficas secuencias que cierran (bueno: no las que la cierran del todo, porque hay como varios finales) la película. Por un lado, el reconocimiento de ella de la ausencia de él viendo su rincón habitual de la casa vacío y todo lo que se le remueve por dentro. Pero sobre todo, la entrada del matrimonio, y nosotros espectadores con ellos, ¡en la cocina! Eso es algo excepcional en Ozu, que nunca enseña ni cocinas ni cuartos de baño, sí no es desde fuera, de refilón. Pero hay una cosa remarcable: entran en la cocina (y por lo tanto la vemos por dentro), pero lo hacen como extraños, que no saben dónde están las cosas ni nada.
El chico joven, en la escena -totalmente de comedia- que cierra -ésta sí- el film.
Y esa maravillosa escena que da nombre a la película, esa improvisada comida de la pareja de algo tan sencillo, pero de tan buen sabor, como el del té verde con arroz. Por una vez, Ozu nos explica directa y detalladamente la metáfora que contiene el título de uno de sus films.

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