El iris abriéndose y dejando ver un plano general del bosque. Reinan los sonidos naturales. |
Pues finalmente, como era de esperar, Alfonso Levy ha trasmitido su pasión efectuando en la Filmoteca una vibrante presentación tanto de Truffaut como de su “L’enfant sauvage” (1970).
De esta última no ha querido entrar a destripar a los eventuales nuevos espectadores -que los había- elementos de su trama, contentándose con señalar que planeaba por su ambiente un difícil combate entre dos sentimientos en principio bien diferenciadnos: una profunda sensación de desamparo y un gran amor por la vida.
tard con su alumno. Tras la ventana, el campo labrado que puede llevar al ex-niño salvaje al bosque. |
Con respecto a la película, destaco solo dos o tres cosas que me han llamado la atención en esta nueva visión, después de muchos años sin verla.
La primera son las dos secuencias iniciales. Se abre el iris desde una pantalla en negro (homenaje, como el correspondiente cierre de iris del final de la secuencia, al cine mudo). No hay voz en off, no hay diálogos, sí una rica banda sonora, que recoge (ya desde la pantalla en negro inicial, luego en coordinación con lo que se ve en plano general) el sonido de pájaros y el tomado directamente de la vegetación de un bosque agitada por el viento. Unos ruidos atípicos sorprenden a una señora, que regresa en la secuencia siguiente con más gente para ver si consiguen descubrir y reducir a ese ser extraño que se ha detectado por allí. No existe raccord formal alguno entre la primera y segunda secuencia, y debe ser el espectador el que agudice sus sentidos y vaya deduciendo todo lo que va ocurriendo dentro de esos planos generales. Me han parecido dos secuencias de apertura que podrían pasar por actuales, de un cine que ha asumido todo un nuevo, moderno lenguaje.
Un segundo aspecto que me ha sorprendido supongo que ya lo debí observar y admirar en las primeras visiones de la película, y es la espléndida fotografía en blanco y negro de Néstor Almendros. Como las aperturas y cierres de Iris se trata de otro elemento, seguramente, de un marcado homenaje al cine mudo y clásico, puesto que el blanco y negro no era ya en absoluto habitual en el año de rodaje de la película, y obedecía, pues, a una marcada voluntad de sus creadores. Sigue la pauta de no utilizar más que luz natural que hizo famoso a Néstor Almendros. Levy me ha comentado que en algún momento eso era difícil de respetar y entonces llegó a colocar, para reforzar y aprovechar al máximo la luz solar, espejos por el suelo.
Alfonso Levy, trasmitiendo pasión al público. |
Una tercera es más bien anecdótica, pero de esas que disfruto descubriendo en las películas de Truffaut. No la podía haber apreciado en ocasiones anteriores porque es recientemente que he sabido realmente cuáles eran los barrios parisinos de Truffaut, tanto en sus películas como en su vida real. Pues bien: ¿Donde vive el Dr. Itard, interpretado precisamente por François Truffaut, y lleva a vivir consigo a Víctor de l’Aveyron? Él se encarga de decirlo al personaje del doctor que no cree en sus métodos porque no cree que pueda lograrse algo con el niño salvaje, interpretado precisamente por Jean Dasté, quien encarnó al protagonista de “L’Atalante” (Jean Vigo, 1934):
- En una casa en las afueras de Paris, cerca de Batignolles.
Es decir, en la zona que con el tiempo sería el escenario de casi todas sus películas parisinas.
Y leyendo una frase que llevaba anotada. |
Estas citas se extienden a otras casi bromas. Uno de los nombres con una bien sonora o que quieren poner a Victor será Néstor, evidentemente para hacer sonreír al director de fotografía. O el médico que cuida a Itard el día que se siente mal lleva el nombre de Dr. Gruault, igual que el gran co-guionista del film...
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