Para resarcirse del mal sabor de la contemplación el día anterior de la película que Bergman rodó en Alemania para Dino de Laurentis, "El huevo de la serpiente" (1977), qué mejor que una sesión -con pausas- de más de cinco horas con los seis episodios de "Secretos de un matrimonio" (1973) en su versión televisiva? Si en la anterior no había rastro de Bergman y sólo aparecía Liv Ullmann para de tanto en tanto recordárnoslo, en ésta vuelves raudo a su mundo y obtienes una fuerte dosis de sus esencias.
Nunca la había visto en condiciones e incluso no sé si alguna vez completa. Siempre en la televisión y versión reducida para el cine, me admiraba de su principio, pero acababa, por su longitud, bajando la guardia. Es verdad que está pensada para la televisión, con esos predominantes primeros y primerísimos planos de sus personajes, por lo que se puede contemplar sin complejos en ella, pero ahora que sé de buena tinta que los aficionados a series tienen tendencia a ver todos sus capítulos de un sopetón, qué mejor que ver seguidas sus cinco horas en una sala como la de la Filmoteca. Unos cuantos lo hicimos ayer, convenientemente pertrechados, de media tarde a casi medianoche.
Todo el mundo sabe de su tema. Mediante escenas escogidas de un periodo de diez años sabemos de las relaciones de la pareja formada por Johan (Erland Josephson) y Marianne (Liv Ullmann), que van, como no podía ser de otra forma tratándose de Bergman, de unos momentos de la mayor de las compenetraciones a otros, que suceden sin pausa a esos, en que utilizan toda su artillería dialéctica y hasta física entre sí.
Por el final, para que no nos conformemos únicamente con su troupe habitual de actores, Bergman lanza alguna de sus habituales pinceladas. Marianne va a casa de su madre e inmediatamente empezamos a oír ese tic tac de un reloj que marca varias escenas de otros de sus films. Un sonido que poco a poco va haciéndose más perceptible hasta que se hace del todo notorio. En el capítulo siguiente, unas sirenas nocturnas de ferry, que por una vez vemos y todo desde Faro, enlaza con una pesadilla que deja a Marianne, aterrada, contra una pared en la que está colgado el mapa de la isla.
Hay un momento precioso, que ahora no sé si se encuentra también en la versión cinematográfica o no, en el que Bergman echa mano de un recurso muy suyo: la visión de fotografías familiares. Marianne va leyendo un texto que ha escrito en el que define su personalidad, mientras que por la pantalla van apareciendo fotografías suyas desde la infancia hasta la edad adulta. Aunque ya habían dejado de ser pareja en la vida real, está claro que ahí el realizador está efectuando un sentido mensaje de amor...a Liv Ullmann.
Empiezo a ver lo difícil que es hacerse a la idea de que el ciclo Bergman, que tanto nos está enseñando este verano, esté -como el mismo verano- llegando a su fin.
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