jueves, 9 de agosto de 2018

La vergüenza


Max von Sydow incapaz de sobreponerse, pese al apoyo de Liv Ullmann, a las tragedias aportadas por una moderna guerra; Technicolor, con imágenes verdes. Eso era todo lo que llegué a retener en la memoria, junto a una muy positiva sensación general, de la visión de "La vergüenza" (Skammen, Ingmar Bergman, 1968) en un par de ocasiones en las que la programamos en el Cine -Club Ingenieros por 1973 o así. La primera en la frente: La película, vista ayer en la Filmoteca, en digital a partir de una copia en excelente estado, es en blanco y negro...

A lo largo del film te vas formando una idea que debes rectificar a continuación. Así, en la escena inicial (otra de esas sensacionales de apertura del director, en su momento prácticamente desaparecida de las copias en exhibición en España, debido a la intervención de la censura), vemos el despertar a un nuevo día de los personajes interpretados por Liv Ullmann y Max von Sydow. Sacas la conclusión de que se trata de una pareja que llevan ya un tiempo juntos, con el deterioro de relación que eso supone. Pero a continuación, viendo el cariñoso comportamiento que tiene Ullmann para con Sydow, todo nuestro esquema mental sobre la situación formado cae hecho pedazos. Más adelante te haces cruces de lo enternecedor del personaje de Von Sydow, incapaz de matar a una gallina (huyendo de los bombardeos, en una escena muy divertida, se les ve cómo, él incapaz de ello, deben abandonar la casa sin comida fresca). Basta luego dejar correr el reloj un poco para ver en qué se convierte el personaje... Y así todo el rato.

Habría que situar "La vergüenza" en su época y en la filmografía de Bergman. Ya había hecho "El silencio" (con un ambiente de fondo similar, aunque ¡qué diferente!) y Persona", con la que comparte ciertas cosas, más allá de una Liv Ullmann en la cumbre de su poderío artístico. Pero aquí el "aire del tiempo" que imprimían esos convulsos años 60 está, gracias a Dios, ya muy digerido y sedimentado y nada desentona en el conjunto. Nada tuerce el pulso del relato, en el que están integrados perfectamente todos sus elementos, en una realización global impecable.

Por el final te das cuenta, por concomitancias formales, cuánto debía Tarkovski a Bergman (esas escenas de fuego de aquí y, con otro significado e intencionalidad, en "Sacrificio") o cómo esa huida por entre las desoladas piedras de la playa de Faro en "La vergüenza" te remite al intento de huida de una mucho más reciente "El caballo de Turín" (Bela Tarr) (y en estas dos escenas de esas dos últimas películas sí que pueden sacarse similitudes temáticas evidentes).
Alguien mencionaba por aquí ayer lo que le había llegado a impresionar ese notorio silencio, sólo roto por ruidos de la naturaleza, en medio de "Les amants" de Louis Malle. Hay que ver una escena parecida en esta "La vergüenza", donde el cantar de unos pájaros y el lejano canto del gallo es lo único que se oye, sembrando máxima extrañeza después de un brutal bombardeo, de una fase de la guerra que ya parecía que nunca iba a abandonarnos.

Para culminar la impresión y hacernos ver lo actual de todo lo que nos está contando "La vergüenza", un dantesco recorrido en barca de los refugiados que deben cruzar, literalmente, un mar de cadáveres. ¡Qué grande sigue siendo Bergman!

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