Jean-Louis Trintignant va en silla de ruedas por una especie de carril bici de un barrio anodino. Un travelling sigue su recorrido y nos permite ver cómo avanza a una pareja de ancianos que, en un segundo plano, camina por la acera. Como no va mucho más rápido que ellos tenemos tiempo de ver cómo los ancianos van a cruzarse con una pareja de jóvenes, que empujan un cochecito de bebé. Estos últimos no hacen ningún gesto ni movimiento para hacerles sitio, por lo que los viejos deben descender de la acera, muy trabajosamente, para dejarlos pasar.
Quizás sí sea una manía ésta de Haneke de evidenciar las lacras sociales, la falta de consideración de los habitantes de nuestro mundo hasta en un discreto segundo plano. De hecho, más tarde, en la misma "Happy End" (2017, ahora en el Méliès) se muestran otras escenas mucho más exageradas, mucho más estilo Haneke, en las que pone en evidencia el malestar profundo de una sociedad que ve, por ejemplo, cómo unos desgraciados inmigrantes de color invaden hasta su entorno privado. Pero ¿no será a base de exageraciones como éstas como puede dejarse constancia eficaz de todo este tipo de comportamientos? A mí me gustan más, es verdad, otras cosas más sutiles, como ese dejarnos ver la forma en que el personaje de la patrona, Isabel Huppert, entra en la casa de los porteros como Pedro por su casa, con la mayor serenidad, con una absoluta conciencia de que es ella la que está al mando y puede hacer y deshacer a su antojo. ¡Pero unas y otras formas se dan en Haneke!
Digo todo esto ante la avalancha de descalificaciones que sufre Haneke y, sobre todo, éste último Haneke. Varios amigos con los que suelo coincidir en gustos cinematográficos me han sorprendido últimamente con ello. Que molesta alguien así, siempre restregando todo tipo de trapos sucios por la cara, y que quizás sea feo haber adquirido esta costumbre para hacerse un nombre y un camino en el cine, pues sí. Que moleste ese proceder suyo de no dejar empatizar con ninguno de sus personajes, enseñando siempre ese envés vergonzoso que seguro poseen, pues también. Pero me parece que eso no es óbice para despreciar, en medio de la cartelera actual, una película como "Happy End". Aunque sólo sea por el inmenso Jean-Louis Trintignant, aquí encarnando un papel, me da la impresión, con el que los espectadores sí acaban empatizando, lo que ayuda sobre manera a hacer volar, a admitir, una de las evidentes y osadas argumentaciones, propuestas, de la película...
Tanto la proposición que efectúa un lúcido Trintignant a su escandalizado y temeroso peluquero seguida por una celebración a base de un culto concierto, como la conversación que entabla con la inquietante niña que conduce toda la trama, enlazan argumentalmente con su anterior "Amor" y ambas ayudan a dar a entender a qué me refiero.
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