viernes, 10 de agosto de 2018

Pasión

Andreas, en el tejado. Formando una alfombra de tejas rotas en el suelo.
Estoy buscando escenas de películas en las que un personaje o la cámara se elevan hasta un tejado, una loma o más alto incluso, porque contemplando las cosas desde arriba, distanciándose un poco, pueden observarse y describirse mejor tanto a ellas como a la situación en que se encuentran y se puede pensar entonces el futuro de forma mucho más clarividente. Algo así pasa en la escena inicial de "Pasión" (Ingmar Bergman, 1969, anoche en la Filmoteca), pues Andreas (Max von Sydow), que se ha ido a vivir a una isla casi desierta, está arreglando (y rompiendo un montón, porque es bastante manazas) las tejas del tejado de su casa y se para a contemplar, satisfecho, el panorama que le rodea.
Pero esa satisfacción, de la misma forma que los buenos momentos de su relación con sus vecinos y especialmente con una misteriosa mujer (Ana, Liv Ullmann) que ha tenido un accidente, dejará de alargarse en el tiempo...
Max von Sydow y Bibi Andersson. Personajes sólidos, enteros, que demuestran ser frágiles.

Hemos tenido una pequeña discusión sobre cuál sería el título original de la película, si el "Pasión" con el que se estrenó entre nosotros o el "La pasión de Ana" con el que también se distribuyó por América. Coincidimos en que el título español es menos restrictivo y por tanto más adecuado, porque habla de una corriente subterránea que mueve a los cuatro personajes principales (y a alguno más, visible y no visible, de los alrededores) y no a uno sólo de ellos. Pero ahora veo que es "En passion" y ese "una" nos dirige la intención de Bergman únicamente hacia el personaje de Liv Ullmann.
Una relación ya asentada.

En cualquier caso la función es la de cuatro fenomenales actores de la habitual troupe de Bergman, pues además de los citados aparecen también Erland Josephson -en un papel que le va mucho por esa época, de supuesto demiurgo cuando no de diablo que intenta dirigir las vidas de los demás-, y Bibi Andersson en el de su mujer. Pero es que además aparecen otros dos actores en plenitud haciendo de dos machacados vecinos y no habría que dejar de incluir en el recuento a ese increíble (por contenido aunque muy atinado) perro que logra una de las mejores performances como actor que yo haya visto nunca a un animal en el cine.
Andreas, entre los muros de piedra seca supongo que de Faro.

Llegada aproximadamente la mitad de la película yo seguía pegado a su acción, maravillándome de la existencia, en unos cuantos años, de unas películas extremadamente sólidas en la filmografía de Bergman y por tanto en el cine nórdico y europeo (conducidas con mano de hierro, pero muy fluidamente por él, con un maestro de la fotografía cinematográfica como Sven Nykvist), que deben mucho a su época -los años sesenta-, haciendo aparecer reflejos de un gran malestar político y social en Occidente (aquí un ejemplo evidente es el del famoso tiro en la sien a un chico del Vietcong en plena calle por parte de un general sudvietnamita, que aparece en las noticias de la tele) y aportando nuevas líneas de desarrollo al relato clásico de ficción cinematográfica (las entrevistas a los cuatro actores sobre sus personajes).
Ana, Liv Ullmann, con el pañuelo rojo.

Como en otras películas suyas rodadas en una isla, cuando a Andreas le empiezan a asaltar ostensiblemente ciertos fantasmas que fueron los que le hicieron refugiarse ahí, se empiezan a oír en la banda sonora las lejanas sirenas de los ferries que hablando de ese notorio aislamiento profundizan el desasosiego del momento. Por el final, en un momento de tensión, coloca un pañuelo rojo a Liv Ullmann en su cabeza, que acaba caído en medio del pedregoso erial como un rastro de sangre. Todo el film va conducido a golpes de timón maestros, sutiles o vistosos como éstos, pero debo confesar que llegado un cierto momento me ha asaltado una cierta indignación, una oposición moral con el realizador. Me explico: Acaba de haber una muerte que no deja indiferente y entonces, tras una serie de escenas de concordia plena, Andreas se pone a tomarla contra Ana. O, más adelante, ante un hecho violento que va asaltando a la vecindad, cuando el mismo Andreas dirías que, compungido ante la desgracia, le tocaría retractarse de su hostilidad hacia ella y refugiarse, reconciliador, en sus brazos, aumenta la presión.
Es verdad que las cosas siempre tienen lados positivos y negativos y que éstos siempre tienen que aparecer si no quieres que la función se convierta -como en tanto cine- en puro almíbar. Pero, por un momento, me dio el ramalazo y me dirigí interiormente a él, afeándoselo: ¡"Ya está bien, hombre, de hacer tanto y de forma tan ostensible, de Bergman!"

No hay comentarios:

Publicar un comentario