El 2 CV, descapotado y a punto de despegar. |
Por explicaciones previamente recibidas iba dispuesto a contemplar “Les
amants” (Louis Malle, 1958) como un tratado sobre el amor. Sus iniciales
títulos de crédito, de hecho, lo confirman. Van apareciendo sobre un mapa con
un río. A su orilla derecha se distingue el “Lago de la indiferencia”,
seguramente producto de aguas estancadas. Por el contrario, en su orilla
izquierda pueden leerse toda una serie de pasos sucesivos (ternura, confianza,
amistad, reconocimiento,…) que parecen poder llevar sus aguas hacia el “Mar
peligroso” en el que desemboca.
Así dispuestas las cosas, uno empieza luego a preguntarse por dónde se
encauzará la lección, qué fábula nos adiestrará sobre los meandros o aguas
rápidas amorosas, porque no acabamos de vislumbrarlas por el terreno de un
marido opaco o el de un amante (José Luis Villalonga) que casi parece poder
recibir el título de “oficial” con más causa que el anterior, si bien ha dejado
caer previamente tras un partido de polo (ésta es otra posibilidad frecuente:
el amor como competición) un convincente “He estado a punto de perder por
pensar todo el rato en ti” dirigido a su amante Jeanne (Jeanne Moreau).
Pero cuando menos te lo esperas surge de forma imprevista, imparable, el
sentimiento amoroso, ese impulso capaz de desestabilizar lo más sólidamente
fijado. Malle se planteó en casi toda su filmografía su siguiente film como
completamente diferente al anterior y como un paso más en su decisión de
abordar temas tabú para la sociedad de su tiempo. Así pasó en su extraordinaria
“Lacombe Lucien”, quizás la primera en mostrar la Francia colaboracionista, o
con “Le soufle au coeur” y su incesto. En “Les amants” el agente revolucionario
que echa todo por la borda, que sale victorioso de tanta mezquindad y vacuidad,
es el amor a contracorriente, en esa Francia que también vio aparecer por
entonces las historias de Françoise Sagan. Porque el film acaba con un viaje en
coche que tiene todas las características (una vez aparcadas las dudas que
siembran la aparición de un niño y una mirada profunda a un espejo) de un
despegue de avión por una pista de aeropuerto.
De haberla visto en un monitor nos habríamos quedado sin otro de los
elementos a recordar de la función: Esa fotografía de Henri Decae, con esos continuos
travellings, esa cámara en movimiento siguiendo a los personajes en medio de
ese grandioso entorno que cubría toda la enorme pantalla panorámica de la sala
grande de la Filmoteca. O quizás no habríamos apreciado en lo que vale esa
banda sonora cubriendo esas mismas escenas con silencios sólo rotos con el
débil sonido de la naturaleza, cuando no por esos comentarios en off que
salpican todo el metraje, yo diría dichos por la propia Jeanne Moreau hablando
de su personaje en tercera persona. El relato de ese tratado.
Previamente, una profunda mirada al espejo del café de carretera, que hace dudar. |
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