lunes, 20 de agosto de 2018

Farodokument 1979

Esquilando un cordero.
Las crías de cordero que sus madres iban dejando caer por un campo como si de un excremento se tratase en el “Farodokument” de 1970 se han convertido en el de 1979, que se pasó también ayer en la Filmoteca, en una alegre y saltarina camada de corderos, en una escena que continúa con los planos de terneras también saltando alocadas cuando las liberan del establo y salen por vez primera a disfrutar de los pastos del verano.
Es una de las -muy pequeñas- diferencias entre los dos documentales que hizo Ingmar Bergman sobre la isla en la que tanto rodó y que acabó adoptando para vivir... y morir. La matanza del cerdo, por ejemplo, se hace en éste con la ayuda de fuerza de un tractor.
Explicaciones sobre los antiguos campos de cereal ya no cultivados.
Arranca el documental, con una calidad de imagen muy lejana a la de Sven Nykvist, mostrando la dureza de la vida en la isla mediante un temporal con viento y nieve. Pero, pasado éste, un plano recoge una flor que asoma tímidamente de la espesa capa de nieve formada. Es entonces cuando enlaza con la historia de un solitario que no había escrito en su vida y se sorprendió en una ocasión escribiendo de corrido un poema. Más tarde le veremos, ya poeta oficial de la isla, recitando una poesía de homenaje a un anciano recién fallecido.
Al final del documental Bergman nos dice sus conclusiones sobre los cambios producidos en Faro en estos diez años, pero los espectadores podemos alcanzarlas a los pocos minutos del inicio con las respuestas de los mismos estudiantes que ya entrevistaba en el primer documental. Si bien en aquél todos ellos expresaban su voluntad de irse de la isla, porque ahí no tenían futuro de ningún tipo, en éste los que se quedaron muestran su felicidad por haberlo hecho y los que se fueron su terrible añoranza. Más que una constatación fiel de la realidad, yo diría que ambas impresiones obedecen a los diferentes estados de ánimo del realizador durante el rodaje de ambos documentales. Así, le salió la reivindicación política en el primero, mientras que, aunque me resultara por la repetición algo cansino, quedaron resquicios para la poesía en este segundo. Siempre, eso sí, siendo el carácter etnográfico su principal objetivo.

En esta línea más poética se le escapan dos escenas muy personales, que destacan sobremanera del resto. En una, nos presenta, pasando una a una, las páginas de un antiguo álbum de fotos de unos granjeros, mientras suena una musiquilla, porque el álbum es, en realidad, una cajita de música. En la otra capta la cena de uno de los habitantes y mediante un zoom se aleja por el exterior de su ventana, acentuando así su soledad.
La solidaridad: Todos ayudando para renovar el tejado de una granja al modo tradicional.
Cuando finaliza el documental Bergman nos presenta las conclusiones de que hablaba y, chistoso, nos emplaza para ver qué cambios habrán en 1989, momento en que -dice- volverá a hacer una exploración de éste tipo. “¡Ya veremos si estaremos todos vivos!”, exclama. Como al principio había dicho que la isla tenía 653 habitantes y que 50 años antes eran el doble, he ido a mirar la wiki: ahora son 600. La vida rural se va muriendo poco a poco, pero aún pervive algo. Se supone que la invasión turística a lo Martin Parr que ya constataba se habrá agudizado y uno de los objetivos turísticos será, precisamente, ir a curiosear su casa, lugares de rodaje y, sobre todo, su tumba.
La invasión turística del verano, con imágenes a lo Martin Parr.

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