viernes, 31 de agosto de 2018

Moderato Cantabile

Un grito se oye en la vecina clase de piano. Corresponde a un crimen pasional, que lo variará todo.
Ordenando cosas he dado con unos ficheros que llevaba cuando era joven, repletos con una ficha por cada película que veía. Escribía en ellas su argumento, los nombres de todo el equipo artístico y técnico (todo ese pesado trabajo para intentar atar cabos que el mundo digital hizo innecesario), una nota a base de estrellas y de vez en cuando algún comentario valorativo que, como sólo iba dirigido a mí mismo, era, visto ahora, cómicamente sincero.
Los paseos de Anne con su hijo junto a la Gironda.
He buscado en ellas “Moderato Cantabile” (Peter Brook, 1960), la película que anoche fui a ver a la Filmoteca, y he constatado que la había visto en 1972 y que le había puesto entonces una nota relativamente buena, pero escribiendo sobre ella esta cosa tan inocente, que denota que sabía de la fama de sus autores y no me atrevía a criticarla directamente: “Está bien, incluso muy bien, pero se me hizo algo pesada.” En esto último coincidía con los comentarios del público típico de la Filmoteca (jubilado, algo fanfarrón, que quiere dar a conocer a los conocidos y desconocidos su opinión pontificando), expuestos con resultado unánime en el ascensor.
El núcleo del pueblo, junto a la Gironda y las instalaciones industriales de las que vive todo el pueblo.
Véase que yo me aparto orgullosamente de esa algo despreciativa definición efectuada de público medio de la entidad, porque, contrariamente a lo que decía la ficha, y para confirmar las montañas rusas que son las valoraciones de una película con el tiempo, la película me convenció esta vez desde su principio hasta su final. Es más: de todas esas notorias películas de los años 60 que he visto recientemente, ésta es la que, para sorpresa mía, más me ha convencido.(Para amantes de la pequeña historia local, entre paréntesis, diré que en la ficha luego añadía: “Por otra parte, el Alexis ya no es lo que era antes. Está siempre llenísimo. Habrá que ir por la mañana.”
Una entrada, intrigada, para ahondar en la historia de detrás de ese crimen, en el café.
No distingo demasiado la mano de Peter Brook en ella. Sólo, quizás, la acentuación de la gruesa barrera de clase existente entre Anne (Jeanne Moreau) y el resto del pueblo, dependiente totalmente de un trabajo en la gran fábrica dirigida por su aristocrático, despreciativo y déspota marido. Varios travellings panorámicos también imputables a él recorren la película. Mediante ellos la cámara sigue una barandilla o, las más de las veces, la orilla de la Gironda, por la que pasean una y otra vez los protagonistas, bajo un cielo plomizo y ambiente invernal a los que él ya les va viendo su fin, mientras ella sabe que seguirán eternamente.
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Pero a quien sí se detecta y visualiza en seguida es a Marguerite Duras, a la sazón co-autora del guión basado en su propia novela. Ella está ahí en este film a la vez tan literario, en ese ciclo perfecto entre dos gritos, ese corto paréntesis de la vacía vida de dama del provincIano castillo. Cuando la pareja (con Jean-Paul Belmondo) empieza a verse, con riesgo de aparecer en todas las habladurías del pueblo, él le dice a ella una historia inventada, que irá luego matizando, ampliando y reforzando. Ahí la película es ya Duras puro.

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