Con la edad, a Michel Bouquet se le fueron redondeando los rasgos. Unos mofletes surgieron de sus mejillas, que antes marcaban claramente, endureciendo su cara, la oquedad interior de su boca.
En “L’après-midi de monsieur Andesmas” (Michelle Porte, 2004), Bouquet representa a un hombre de su edad, rondando, pues, los ochenta años. Figura que M. Andemas ha quedado con un contratista para hacer una terraza en la finca que compró para su hija.
Desde ese mirador, sorteando en algún lado el vértigo por el abismo, se tiene una vista espléndida del valle, e incluso se distingue un poco la plaza del pueblo, desde donde suena una música, porque hay baile. Hace calor, se sienta en una silla y medio dormita esperando.
-¿En qué me he convertido? -se pregunta, despejándose tras un pequeño esfuerzo, en sus meditaciones.
Se entretiene entonces con un perro que le visita, más tarde es una niña la que le va a dar un recado y con su simpatía le provoca unos cuantos recuerdos. Cuando se va, se desplaza por el terreno con cuidado y vuelve a su sitio, hasta que llega la madre de la niña, con la que entabla una conversación evocando cantidad de cosas el uno y la otra.
Es fundamental saber (bueno: se intuye enseguida) que la película se basa en una obra de Marguerite Duras, y su forma de narrar, con sus repeticiones y vueltas a los temas de forma reincidente, similar a las olas llegando a la orilla del mar, está presente desde el principio.
Uno de los recuerdos, o figuraciones, de este hombre en duermevela hace aparecer a una mujer joven saliendo de una casa para ir hacia el mar por unas planchas de madera sobre la playa. Juraría que son de Trouville y que la mujer sale del hotel de apartamentos donde Marguerite Duras tenía uno.
La película puede verse gratuitamente en este enlace hasta media tarde del jueves 2 de junio, en su versión original francesa, pero con el inconveniente de no tener subtítulos:
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