Tiene mala prensa, ganada a pulso, la última película de Arnaud Desplechin, "Los fantasmas de Ismael" (2017), con un a todas luces excesivo Mathieu Amalric. Anoche se pasó en el Festival D'A, y quizás lo que mejor resuma la sensación de la multitud que llenaba la gran sala del Aribau Club al final de su proyección fue el "¡Vaya castaña!" que pronunciaron mis vecinos de la fila de atrás. Pero, si queda entre nosotros, diré que quedé atrapado, sin que crea que pueda repetir la experiencia, por la capacidad de fabulación de bastantes de sus fases.
Porque "Los fantasmas de Ismael" contiene en su seno un montón de películas, de muy diferente tono. Empieza siendo una película de cine político de intriga de los años 70 contigo, el espectador, preguntándote si va a ser así todo el rato y si es realmente eso lo que has ido a ver. Pero al poco ves que todo ello sale de la imaginación de Ismael (Amalric), que va dando forma en su estudio en noches de insomnio a su próximo film. Y, poco después, entra en una apasionada historia de amor con una a veces desvalida nada menos que astrofísica, encarnada por Charlotte Gainsbourg, que tiene una presencia que salta desde la pantalla hasta tu butaca, con otra historia atrás a base de un fantasma del pasado (Marion Cotillard) que, cuando aparece, se mira en un espejo repleto de manchas negras, que casi ocultan su rostro. Y así...
En todo este mejunje, al menos anoche, un servidor fue arrastrado en ocasiones con vehemencia a la pantalla, mientras en otras ocasiones habría precisado de las pastillas que, enloquecido, Amalric se toma a porrillo para vencer su ansiedad.
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