Miguel Marías explicaba que Julio Coll tenía una de las colecciones de discos de jazz más importantes del país. Algo de ese gusto por el jazz, diría, se siente -y no por su banda sonora- en el ritmo de "Los cuervos" (1961), que pasaron el otro día por una televisión local.
Que a una producción de esos años no se le vea el plumero moralizante ya es un gran qué, pero si además mantiene una cierta intriga y hasta la tensión y momentos de un cierto cine de terror, la cosa es, tratándose de cine español, a destacar. Claro que no es nada nuevo. Puede sumarse a esa magnífica cosecha del cine negro a la barcelonesa de los años 50.
Tiene, vista hoy en día, un aliciente adicional. Te va mostrando una nueva Barcelona que va dejando de lado otra que ya se había casi acabado. Quizás un momento que evidencia eso, sin recalcarlo demasiado, se da cuando el coche del protagonista, Arturo Fernández (¿o quizás era el de su jefe, George Rigaud?) se cruza a toda velocidad con el carro de las basuras, o con una tartana, en plena Gran Vía.
Los solares predominan aún por Mandri/General Mitre, y la nueva arquitectura de la Zona Franca (¿será alguno de esos modernos edificios de la Seat?), el Juan Sebastián Bach donde vive o algún otro lado contrastan con paisajes casi rurales o bien de casas con jardín que están a punto de perecer en el combate.
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