Ayer había varias propuestas de interés, la mayoría relacionadas directa o indirectamente con el mayo del 68. Cuando planteé el dilema a unos amigos, coincidimos en que nos daba mucho miedo ver "À l'ombre de la canaille bleue" (Pierre Clementi, 1986), pero que esa era una de las propuestas a tener en cuenta. Y como me gustaba eso de ir con ellos, dejé aparcadas, mal que me pese, las demás.
Será por eso de las otras propuestas sustrayendo gente, será porque Pierre Clementi ya se ha borrado de la memoria de la gente, el caso es que había muy poco público en la sala grande de la Filmoteca. Entrando en ella, Octavi Martí conversaba en francés con un señor muy puesto, de pelo rasurado, que no podía ser otro que Balthazar Clementi, actor e hijo de Pierre, dedicado los últimos años a rescatar y hacer valorar la figura de su padre.
Por su aspecto (y un rostro que de buenas a primeras se me ha hecho antipático) no había forma de relacionarlo con ese actor que sembraba un ramalazo de inquietud en todas y cada una de las películas (muchas de los grandes: Buñuel, Pasolini, Bertolucci, Rivette, Garrel, Visconti) en las que intervenía. Pero se ha sentado y se ha puesto a hablar, en un idioma mezcla de italiano, castellano, francés y algo más, resultando extremadamente claro, divertido y -entonces sí- bien afín a su ideología y forma de ser. De ahí he salido con una idea dándome vueltas en la cabeza: el interés de ver la huella en estos hijos de esos padres tan fuera de norma. El caso del hijo de Nico, por ejemplo, puede ser otra incógnita en esa línea de investigación.
Luego ha venido la película, con su grano del 16mm, con sus colores rojo y azul contagiándolo todo, con sus sobreimpresiones, su recuerdo del cine underground de otras latitudes y hasta de los temas y acciones de "El Rollo Enmascarado" y su trama futurista-político-criminal-choricera. Después de ver un poco lo creíble que hacía Clementi ese universo alucinado, con la presencia evidente de la droga por todos lados, me he dicho que, de estar en casa, o de no estar con amigos que parecían seguir la cosa con gran interés, ya habría dado por terminada definitivamente la sesión.
Por el final, dos escenas cambian algo el panorama. Por un lado una supuesta sub-historia, como el resto relatada en la voz en off ofreciendo la insólita (en Pierre Clementi director) linealidad argumental que había anunciado Balthazar. Es la de un personaje, interpretado por el mismo Clementi, leyendo su propio diario, de un supuesto drogadicto de los años 80, víctima de esos maderos con aspecto de sádicos. En un momento de ese trozo, los personajes entran en una habitación con paredes pintadas a lo Ceesepe. Eso me ha hecho pensar en las concomitancias con ciertas cosas de Ceesepe, pero enseguida he echado en falta esa extraordinaria inocencia que siempre traslucía.
Por otro lado, y eso es lo que me ha insuflado aire para salir a la calle con los pulmones limpios, la escena final, consistente únicamente en los títulos de crédito de la película, que no están escritos en ella, sino que son cantados en vivo por el mismo Pierre Clementi, mientras la banda agudiza el sonido rock de sus guitarras eléctricas. Un poco como la despedida de un concierto, aquí sí fresco y vivificante.
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