Oskar Alegria sigue cartografiando su territorio. Ayer se pasó “Zinzindurrunkarratz” (2023) en el MACBA, dentro del festival L’Alternativa, y uno de sus planos repite un encuadre con un puente que ya aparece en su anterior largometraje, “Zumiriki” (2019).
Pero para constituir esa cartografía no se contenta con echar unas cuantas medidas y luego representarlas en un mapa. Le añade profundidad con observaciones de entomólogo (la cámara se acerca a registrar más de una vez a moscas o escarabajos en sus movimientos), de etnólogo y hasta de etimólogo (las palabras, como demuestra de nuevo con el título del film, enamoran al director).
Dos comentarios introductorios que da en la película (como todos no con la típica voz de narrador, sino mediante unos rótulos que van pasando por la parte inferior de la pantalla, como si de subtítulos se tratase) explican todo su planteamiento:
1/ Recupera Oskar Alegria la cámara de S8 que utilizaba su padre (vemos alguna de sus filmaciones, de hace más de cincuenta años), pero el sonido síncróno que él hacía servir ya no funciona. Alegria rodará para este film, pues, en películas S8, pero sin sonido, y eso es lo que vemos.
2/Recuerda también Óskar Alegria la existencia de la técnica artesanal japonesa del kitsugi, mediante la que cubren las grietas que se han producido en las piezas de cerámica con oro. Esa grieta que es la ausencia de sonido en la película, la cubre en más de cincuenta ocasiones por la inclusión de una pequeña, muy corta cuña sonora. Es decir: en más del 90% del tiempo la película pasa sin sonido alguno, pero en ocasiones puntuales oímos el resultado de grabaciones de sonido para documentar las cosas más variopintas, como el rebuzno de alarma de un borrico o la caída de una piedra por un pozo.
Al de Apuleyo, al del Balthazar de Bresson y al Eo de Skolimovski habrá que sumar ahora el bueno de Paolo, el borrico que Alegria utiliza para viajar con él para visitar al último pastor de la zona, siguiendo el recorrido que su padre hacía para llevar el companaje a los pastores de su época.
Auténtico cine dentro del cine (ese narrador cuyos pensamientos vamos leyendo se plantea varias veces, por ejemplo, la economía de planos necesaria dado el precio del celuloide de 8 mm), la película muestra también repetidamente el sentido del humor del director.
Un director que, llevando a su criatura (su película, no a Paolo) por todos los festivales del mundo, ha alcanzado ya un grado de conocimiento de la misma que le permite, como quien no quiere la cosa, hacer ver a incautos espectadores como un servidor todo lo que se proponga, como esa rima que emparenta la película rodada por su padre con la propia, que acaba con un extraordinario e inesperado regalo sonoro al pastor visitado: ¡la grabación perdida de una nana que le cantó su madre! ¿Cabe emoción mayor?
No es Sancho. Es Oskar Alegria yendo por el camino con Paolo, todo grabado con la cámara de Súper 8 sin sonido.
Paolo revolcándose por el polvo. Creo que a continuación la película incluye uno de los archivos del registro sonoro efectuado, pues es una actuación habitual entre los borricos, y la documentó también sonoramente.
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