Entrando en la Sala Raval del CCCB, justo debajo del teatro del centro. Luego casi se llenó.
La pantalla de la sesión.
Tess Renaudo presentando la sesión sin apenas robarle tiempo a Nicolas Philibert.
Ayer, entrando en la sala del CCCB donde iba a tener lugar el encuentro con Nicolas Philibert programado por L’Alternativa, vi la pantalla que lo anunciaba y comenté que lo único que no me gustaba era ese nombre que adjudican a este tipo de sesiones: Masterclass. Que me parecía de un pedante subido y daba un aire de lección magistral a una cosa que muchas veces se aleja enormemente de su esencia.
Empezó presentándose a la audiencia, temeroso de que nadie hubiera visto sus películas ni supiese de él. Explicó que nació en Grenoble, hijo de un padre profesor de filosofía y una madre responsable de atender a los visitantes extranjeros. Gente amante de la literatura, el teatro y el cine, hasta el punto que su padre se puso a organizar por su cuenta cursos sobre cine, cuando no existía por ahí nada similar. Pasaba películas escogidas en un anfiteatro de la ciudad al que acudían numerosos vagabundos, porque ahí se estaba calentito, y luego procedía a analizarla. Sin televisión en casa, fue de esta forma como él entró en contacto, cuando tenía doce años, con Bergman, Rossellini, con unas películas difíciles, pero que suponían su única ocasión para “viajar”.
Siguió con su relato: las dos escuelas de cine que había entonces en París pedían a sus alumnos amplía destreza en matemáticas, física (por la óptica de la cámara) y química (por el soporte químico, el celuloide, que constituía la película), y él en esas materias no daba pie con bola. La única opción que le quedaba era lanzarse por su cuenta con una cámara o hacer de stagier, que fue lo que hizo, para pasar luego a trabajar de asistente de dirección durante tres años, hasta que decidió hacer un film con un amigo.
Este film, que no creo haber visto, fue “La voz de su amo” (1978), un largometraje documental, que afrontó sin haber conocido hasta aquel entonces nada sobre documentales. Era esa película una mirada sobre el poder, centrado éste en los hombres de empresa.
La película apenas se vio, pero obtuvo un contrato de la Antena 2 francesa para hacer de ella un nuevo tratamiento de tres horas. Eso parecía darle a entender que su carrera iba a despegar, pero el patrón de L’Oréal vio lo filmado, lo que vio le indignó y llamó de forma inmediata al presidente francés, éste al director de la cadena de televisión y, a ocho días de su pase, la película cayó de la programación. Todos le animaron diciendo que con la llegada de los socialistas al poder la decisión iba a revertirse, pero resultó que Mitterrand era compañero de colegio del patrón de L’Oréal, y la película no se llegó a ver nunca.
Explicó de una forma que todo el auditorio entendió como evidente el estado depresivo al que le condujo todo ese proceso, que aún se ahondó más cuando se embarcó en un proyecto de ficción sobre un niño sordo, que un gran productor le prometió producirle… siempre que cambiase esto y aquello. Él fue aceptando hacer los cambios que le dictaba y acabó perdiendo tontamente el alma vendiéndose a ese productor que, finalmente, nunca se embarcó en la película.
Un silencio grande, viendo el pozo en que se vio sumido entonces y su reflejo aún ahora en su rostro al relatarlo, recorrió la sala. Hasta que él mismo, después de recordar los sinsabores que reciben los que quieren dedicarse a esto, también señaló que de esos dramas pudo sacar una serie de enseñanzas, que siempre se aprende de todo. Y, efectivamente, así debió ser, porque diez años después él realizó un documental extraordinario, “El país de los sordos” (1992) en el que habló, ya como documental, precisamente del tema de la sordera, pero siguiendo totalmente su criterio.
Pasó una secuencia de “El país de los sordos” para recalcar lo cinematográfico que puede llegar a ser el lenguaje de los signos, un lenguaje totalmente visual, que tiene también planos largos, medios y primeros planos.
Respondiendo a alguna que otra pregunta, dejó caer varias afirmaciones que dejan ver cómo afronta sus films. Fui apuntando las que me resultaron de más interés, aunque seguro que me dejo unas cuantas:
-Intenta no prepararlos demasiado, para evitar lo excesivamente programado, previsto.
-Hace cine a partir de su ignorancia, de su curiosidad, para aprender directamente, sin intermediarios.
-Empezó efectuando el montaje de sus films con otros montadores, pero a partir de un momento, edita sus películas él sólo.
-Cada película puede necesitar un montaje diferente. En su hasta ahora más famoso film, y el que le dio a conocer por aquí, “Ser y tener” (2002), por ejemplo, montó todo en el sentido inverso a la película, pues lo único que tenía claro (“hay cineastas -señaló- que dicen tener todo claro desde el principio. Yo no”) era la escena con la que quería acabar la película: los niños saliendo de la escuela al final del curso, para irse de vacaciones.
-En “Nénette” (2010), la película sobre una veterana y popular orangutana del Jardín des Plantes parisino que ya estaba más allá del bien y del mal, montó primero el sonido que la imagen, ambos trabajados por separado.
-Filmar es capturar, encerrar al otro en una imagen y un tiempo. Toda una responsabilidad. Y, para demostrarlo, recordó el caso de la institutriz de “Él país de los sordos”, que diez años después le confesó que se vio muy dura en la película.
-¿Dónde situar el límite de entre lo que uno no debe filmar nunca (por ejemplo: un interno de un establecimiento psiquiátrico delirando totalmente) y lo que puede pasar? La linea es tan difícil de determinar…
-Siempre se habla, me preguntan, por el tema de un film, cosa a la que nunca sé qué contestar. “Nénette” habla de nosotros, los films de psiquiatría hablan también de nosotros: El tema del film es en realidad siempre el film mismo, el encuentro que contiene.
-Quizás, por mi carácter, no me atreva directamente, y utilice entonces la cámara como objeto que me ayuda a acercarme a los demás.
-En el fondo, el cine viene a ser eso: proponer probar algo a los espectadores, atendiendo a una alteridad, a un otro singular.
Ahora que lo pienso, con su sinceridad y su humildad, quizás sí que lo de Philibert de ayer fuera, realmente, una clase magistral.
Creía que no llegaba a hacerle la foto. Reaccioné tarde, pero alcancé a captar la imitación que hizo de los gestos para imitar ir en bicicleta, en plano medio.
Al final de la sesión, cola de asistentes -posibles nuevas documentalistas- para decirle algo y solicitarle una foto de recuerdo.
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