martes, 7 de noviembre de 2023

¡Viva Didou!

Habiba Djahnine y la responsable de la Mostra de Cinema Àrab i Mediterrani, durante la presentación de la película.

Los divertidos primeros planos del film.

La pareja de turistas franceses inician su vida en la ciudad.

Mientras una pandilla de críos perseguidos de un guardia urbano, en clara referencia al cine cómico primitivo norteamericano, recorre la ciudad, como ésta famosa escalera. La imagen la he sacado de internet, al no encontrar ninguno de los planos de la película en los que aparece.



Anoche comentábamos un amigo y yo, en la Filmoteca, que, si bien la colonia alemana asiste numerosa a las sesiones de la Semana de Cine Alemán, lo que sumado al público indígena curioso por esa filmografía da unas sesiones multitudinarias, no parece ocurrir lo mismo en lo que se refiere al cine árabe.
Hubo una entrada respetable pero, dispersa por la sala Chomón -la grande-, la impresión de vacío era difícil de olvidar durante la sesión de la Mostra de Cinema Àrab dedicada a un film clave en la cinematografia del nuevo Estado independiente de Argelia, “¡Viva Didou!” (Mohamet Zinet, 1971).
Habiba Djahnine señaló en su presentación que Zinet, un conocido actor local, había hecho, inesperadamente, una obra totalmente de ruptura en la cinematografía argelina, compuesta en la época de su realización de películas totalmente de propaganda, falsas, que únicamente narraban supuestas gestas heroicas de la reciente guerra de independencia. El ayuntamiento de Argel le había encargado un film turístico sobre la capital y él rodó, efectivamente, unos cuantos ambientes que quería la institución, pero supo darle la vuelta totalmente al encargo, hasta el punto que, vista por sus productores, éstos quedaron totalmente desconcertados y el resultado estuvo guardado en un cajón hasta seis años después, creciendo desde entonces su fama y su consideración como referente para los nuevos cineastas.
La película resultante es, ciertamente, una extraña mezcla entre film militante o independiente en 16mm de la época, cine cómico popular y una filmación etnográfica amateur, a la que el penoso estado de la copia (procedente del Festival de Tarifa, que rescató una copia medio hecha fosfatina) colabora con fuerza. El ruido desprendido por su banda sonora es de tal calibre que pude hacerme en tres ocasiones con los tres últimos caramelos tradicionales portugueses de la bolsa que llevaba en el bolsillo, desprender su envoltorio sin perturbar para nada a los otros espectadores y metérmelos en la boca. Una operación que me tengo prohibida en otras sesiones.
Y, para ser sincero, pese a sus indudables méritos como piedra de ruptura estética y política, la sed de un buen documental sobre la ciudad de Argel, que fue la que me llevó a bajar hasta el Raval, permanece intacta. Sólo esos planos aéreos sobre la ciudad, posiblemente procedentes de alguna pieza anterior, que hablan de una kasbah de lo más denso rodeada de la pantalla de edificios de la ciudad moderna francesa así como travellings del frente marino y planos de las enormes construcciones sociales del nuevo régimen se acercan un poco a lo buscado.

En la grada del estadio, un espectador protesta de los gritos de la madre con velo (los contrastes entre mujeres con velo y vestidas de lo más moderno son constantes), que no puede evitar su emoción al ver a su amada hija entre las numerosas chicas que componen una tabla de gimnasia

La pareja de turistas francesas, viviendo la buena vida. El encontronazo visual con un comensal nativo, no obstante, traerá recuerdos preocupantes, de la pasada guerra, al visitante.

El comerciante que pasea por la ciudad con sus mulos se relata a sí mismo el cuento de la lechera, diciéndose que dentro de poco los cambiará por un camión como los estacionados. También se ve la presencia de los países comunistas en la feria local.



El crio que provoca unas cuantas risas a lo largo de la ficción.
 

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