jueves, 30 de noviembre de 2023

Las cuatro hermanas. Baluty



Al empezar “Las cuatro hermanas. Baluty” (Claude Lanzmann, 2023, ayer en la Filmoteca), Paula Biren, la tercera “hermana” de la serie de cuatro entrevistadas por Lanzmann, está sentada frente al mar, donde recibe inicialmente las bromas del director, y, poco después, pasea con él, mientras conversan, por una playa.
Humano que es uno, se autoengaña entonces, pensando que, siendo al aire libre, la transmisión de la experiencia de Paula Biren se le hará más llevadera emocionalmente que las tan terribles previas de Ruth Elias y Ada Litchman.
Poco después se acaba el aire libre, volviendo a estar la entrevistada en una habitación, de donde no sale ya la cámara, pero es verdad que el relato es algo diferente aquí que en las dos otras películas. No se conoce a través suyo el funcionamiento interno de un campo de exterminio, sino que se sigue la rápida evolución que sufrió el ghetto de Lodz, desde su formación, durante toda la guerra. Un caso especial, como señala Claude Lanzmann, porque los judíos eran del orden de un tercio de la población de la ciudad, unos 200.000, y tras cuatro años de penalidades se dio el caso inaudito de sobrevivir una cifra relativamente elevada de ellos. Por otra parte, durante la explicación, como para hacer evidente que se está ante un caso algo diferente, en dos o tres ocasiones, Lanzmann, que no lo suele hacer nunca, inserta unas fotografías de época, que pueden ayudar al espectador a hacerse una idea de cómo eran los elementos del ghetto que ella describe.
Pero la intención al escoger a Paula Biren para ser entrevistada se encuentra, posiblemente, en otra pregunta que siempre ha interesado a Lanzmann: ¿dónde poner la línea de separación entre un colaboracionismo excesivo y otro inevitable si se quería preservar la propia vida?
Viendo la película llegamos a la conclusión de que en el primer grupo estaría Chaim Rumkowski, el presidente del Consejo Judío del ghetto de Lodz, que llegó a actuar, ridículamente, según Paula Biren, como si de un presidente de Estado se tratase.
Pero la misma Paula Biren confiesa que hasta pocos años antes de la entrevista habría permanecido muda, por el gran sentimiento de culpabilidad que la embargaba: había sido, durante una corta temporada, policía judía del ghetto. Tardó bastante tiempo en captar que otros, los que pudiendo -y por ahí estarían los propios europeos- no habían hecho nada, siendo los verdaderos responsables de lo que le pasó a ella, que tuvo el temible dilema de optar por la obediencia… o por la muerte.
Ejemplo de debilidad humana, al acabar la proyección cuatro temblorosos espectadores nos reconocimos y pusimos a hablar atropelladamente, con la emoción aún presente en nuestros rostros, intentando compensar entre todos esa frialdad caída a plomo sobre todos nosotros, en el pasillo central de la Sala Chomón. Películas absolutamente necesarias, no son éstas de esas que se pueden ver sin dejar huella.
Esta noche, la última “hermana”, el último capítulo de la serie y lo último que ofreció al cine Claude Lanzmann en vida.


 

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