¿Alguien conoce a fondo el pensamiento de Maimónides? Porque al llegar a casa tras ver anoche en la Filmoteca “Las cuatro hermanas. El arca de Noé” (Claude Lanzmann, 2018), estuve mirando a ver qué podría ser un comportamiento maimónido, que parece señalar Lanzmann fue seguido en el caso que expone y, como no sea algo relativo a la constitución de una minoría selecta, la verdad es que no sé de qué puede tratarse.
-¿Qué es mejor, salvar a unos cuantos elegidos y que fallezcan todos los demás o que fallezcan todos, para no entrar en discernir quién se salva y quién no?
Hanna Marton, la entrevistada en esta ocasión, fue una privilegiada que formó parte del llamado “tren de Kastner”, siendo Rudolf Kastner un judío líder de la Vaada de Budapest, que negoció con Adolf Eischman (el funcionario nazi en el que se fijó Hanna Arent para hablar de la banalidad del mal) la salvación de un grupo escogido de judíos que no tendrían el trágico final del resto, en Auschwitz.
Como en la entrevista con Paula Biren, Lanzmann va preguntando previamente cuál era la situación de los judíos en la ciudad natal de Hanna Marton, la rumana Cluj/Kolozsvár, y aporta también alguna fotografía del momento (1985) que enseña lo que ella va describiendo. También aquí, tras su deportación a Hungría, la situación se va deteriorando, llegando todos los judíos, como dice ella, a formar parte de una categoría inferior a la humana.
Pero el punto clave sobre el que pilota toda la película es el de la formación de ese “Arca de Noé” salvadora de los seleccionados judíos… a costa de la condena irremisible del resto.
No sé cómo Hanna Marton, que se confiesa atormentada desde entonces por ese privilegio que la hizo superviviente, una de esos 1.865 que se salvaron de entre más de 400.000 que fueron deportados para su exterminación en Auschlitz en sólo dos o tres meses de 1944, consintió a ser filmada respondiendo las preguntas de Lanzmann. Él insiste en saber el tipo de selección efectuado por los propios líderes judíos, pero ya sabe la respuesta: grupos sionistas de diferentes zonas, artistas, escritores, gente notoria, miembros de batallones de trabajo que habían sobrevivido en el frente ruso, algunos ultra ortodoxos… Y mucho dinero para convencer a los alemanes.
Me sabe mal que Lanzmann haya decidido este orden a su película final, “Las cuatro hermanas”, formada por las cuatro que hemos tenido ocasión de ver estos últimos tres días. Yo creo que habría sido más justo y adecuado haber acabado con la ahora primera, “El juramento de Hipócrates”, en la que se ve el demencial proceso hasta la más terrible y aborrecible de las malignidades llevada a cabo por los nazis alemanes, en campos de exterminio como el de Auschlitz. Ahora, acabando con las dos que acaba, se cae en el peligro de no captar de dónde viene fundamentalmente toda la ruina moral y atrocidades que se desencadenaron en la guerra, y hacer llegar a pensar a algún espectador que “no hi ha un pam de net” (que todo resulta sucio), repartiendo, aunque sólo sea mínimamente, la culpa.
En cualquier caso, como en otras ocasiones tras una retrospectiva de estas excepcionales características, sale uno de la sala de la Filmoteca un poco huérfano: no veremos ya más películas de Claude Lanzmann, quien, por otra parte, murió el mismo año de la entrega y estreno de ésta. Y pasará tiempo hasta que vuelva a haber un ciclo que me despierte el interés que me ha despertado éste.
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